Como si de los mejores atunes se tratara, los bancos europeos han pasado la primavera entre la confusión de las redes que configuran la almadraba esperando que algún orden y coordinación de los pescadores los elevara a la superficie. 2016 está siendo un año complicado en los mercados y todo lo que ayude a despejar incertidumbres debe ser bienvenido.
Así pueden entenderse los desiguales pero, en su conjunto, relevantes avances realizados la semana pasada por el Ecofin en relación con la unión bancaria europea. Se demuestra, una vez más, que esta unión es un conjunto de redes de seguridad que vela por buena parte de la estabilidad financiera en Europa , pero un agujero en alguna de esas redes genera distorsiones y temores en el resto.
La regulación puede ser más o menos restrictiva, pero no tiene sentido que ahogue. Así, en el Ecofin se trataron temas de largo plazo y otros de corto que estaban generando no pocos sudores. La principal de estas cuestiones urgentes era la de las tenencias de deuda pública en los balances bancarios. Habían transcurrido ya muchos meses de especulación sobre la posibilidad de que se penalizaran estas inversiones mediante la asignación de una ponderación en el cálculo de las necesidades de capital que los bancos tienen que aportar para reforzar su solvencia.
Finalmente, se ha dejado esta cuestión a lo que decida el Comité de Basilea —que coordina esta regulación a escala internacional— en 2017. Solo si el año próximo no se abordara este tema en Basilea, el Ecofin lo retomaría en 2018. Parece una decisión acertada. En mi opinión, sería, como poco, muy inoportuno penalizar esos activos en la actualidad y hacerlo de forma exclusiva y unilateral hubiera generado más temores que seguridad.
«Se ha postergado la penalización o no de la tenencia de deuda pública en los balances bancarios a lo que decida el Comité de Basilea en 2017. Cualquier exigencia adicional de capital habría sido dura para todos los bancos europeos –incluidos los españoles— pero habría sido un «rejonazo» en toda regla para unos bancos transalpinos extraordinariamente tocados por las dudas sobre su morosidad».
Además, con datos del Banco Central Europeo, destaca el peso de los títulos soberanos en el balance de la banca italiana, que supera el 10%. Es cierto que las entidades bancarias españolas están en segundo lugar con un 8% de esos títulos en su balance, pero la situación no es comparable. Cualquier exigencia adicional de capital habría sido dura para todos los bancos europeos –incluidos los españoles— pero habría sido un «rejonazo» en toda regla para unos bancos transalpinos extraordinariamente tocados por las dudas sobre su morosidad, que sube y sube mientras que los supervisores y reguladores italianos entonan un «tenemos esto bajo control» que no termina de convencer a analistas y bancos de inversión.
En todo caso, la regulación bancaria tiene que tener coherencia institucional y coordinación. En un momento en el que las tensiones de riesgo soberano están contenidas con un BCE comprando deuda pública y otros títulos por doquier, no parece que tuviera mucho sentido exigir capital por esa deuda.
Luego están los problemas de largo plazo. En el mundo bancario se sabe que una red de seguridad sin un fondo de garantía de depósitos común es una red a medias. Todo lo que se llame «común» asusta a Alemania que ha vuelto a sugerir que, hasta que no se aclaren las dudas (mirando seguramente a Roma) no se desarrollará tal seguro de depósitos en su completitud. Eso sí, ya hay un compromiso para avanzar en su creación, aunque harán falta años para lograrlo. Por cierto, que para dudas, las que algunos analistas sostienen sobre los riesgos de mercado de la banca alemana. Curioso sería que acabaran siendo los primeros beneficiarios de ese fondo común.