Menudo día el miércoles para bancos centrales y mercados. Se reunía de forma programada la Reserva Federal estadounidense, con una agenda de enjundia. Sin embargo, la sorpresa saltó con la convocatoria de urgencia del BCE para anunciar que diseñaba un nuevo mecanismo de compra de bonos ante las alarmantes subidas de las primas de riesgo de los países del sur de Europa. Un déjà vu de los años peores de la crisis de deuda soberana europea, con reuniones a la carrera. En aquella ocasión el gradualismo casi se lleva por delante el euro. El famoso whatever it takes de Draghi puso fin a la pesadilla. Esta vez preocupa nuevamente que las medidas no sean suficientemente contundentes. Se esperan varias subidas de tipos de interés y el mercado puede volver a ver dudas en el BCE. El plan es reinvertir unos doscientos mil millones de euros en la deuda de los países vulnerables. No queda claro que sea suficiente, dado el pesimismo reinante y la volatilidad del mercado. De momento ha servido para parar la sangría. Es lo que tienen las medidas gradualistas, sirven en el muy corto plazo, pero al tiempo suelen volver los problemas.
En cuanto a la inflación, que centró la reunión de la Fed, nos encontramos en un marco global en el que las políticas económicas buscan soluciones para problemas que se multiplican y que tienen más de una causa. Una situación anómala que puede darse también, por utilizar un símil, en otros campos como la medicina, con enfermedades inducidas a la vez tanto de forma vírica como bacteriana. Pasa ahora con la inflación. Pueden emplearse remedios para paliar las subidas en costes energéticos y suministros, como si de una infección bacteriana se tratase. O puede tratar de corregirse el impacto de una mayor demanda, con subidas víricas que se extienden de unos bienes a otros. Y, en ocasiones, a los salarios, haciendo el virus más generalizado. Una autoridad monetaria podría actuar para frenar esa inflación subyacente, excluyendo energía, fundamentalmente. Sin embargo, no puede frenar subidas de precios energéticos inducidas por conflictos bélicos, o disfunciones en cadenas de aprovisionamiento.
A la Fed norteamericana parece importarle menos la parte que difícilmente puede controlar (inflación de costes). Está dispuesta a actuar con contundencia. Teme que la inflación subyacente también esté desbocada. He podido comprobar esta semana en Estados Unidos que ya no se habla, como hace meses, de si es conveniente sacar un martillo antiinflación como subidas de tipos de interés, sino del tamaño del martillo. Se demostró en la reunión de este miércoles con una subida histórica de 0,75 puntos. Sin embargo, se teme que Estados Unidos pueda afrontar una recesión en 2023. Si así fuera, la pregunta es si esa corrección de la economía se vería acompañada de una moderación suficiente en los precios. La Fed se arriesga a que sus políticas no sean entendidas a medio plazo. Tiene la dificultad de dirimir qué pesará más en la economía en los próximos meses: el riesgo de recesión o las presiones inflacionistas. Ante ese panorama, los nervios y la presión en los mercados continuarán.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.