Que las Bolsas están prestas a sobrerreacciones no es nuevo. Se asume la racionalidad limitada. Lo difícil es definir sus implicaciones. En España se entra en los días clave para discernir la incidencia del coronavirus. La pasada fue una semana aciaga, con la mayor caída bursátil desde Lehman Brothers y la crisis de la deuda soberana. Y la herida no parece cerrarse. La sensación sigue siendo de falta de referencias. ¿Están los inversores tan mal informados? Más bien, la realidad del riesgo del Covid-19 es más económica de lo que podría pensarse.
En medio del caos, nos queda Cervantes. El ingenioso hidalgo diría ante circunstancias como las actuales que “la falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde”. Si el virus no mata tanto como podría temerse, ni parece mutar, ni tiene una incidencia vital muy distinta de una gripe común, ¿por qué pone a la economía mundial contra las cuerdas? En el siglo XXI una pandemia es algo serio, pero existen herramientas para limitar su incidencia. Algunos epidemiólogos señalan que sin medida preventiva alguna este coronavirus podría afectar a un porcentaje considerable de la población mundial. Un supuesto teórico que no se debería llegar a producir porque las medidas de las autoridades sanitarias van a reducir esa incidencia de forma significativa. Lo que los mercados están descontando es el riesgo de una paralización económica. Tienen ejemplos cercanos a su realidad diaria (Milán, como referencia más palpable) de lo que podría suceder si la transmisión se va de las manos.
«La reacción de las autoridades es de geometría y acierto variables. Que se considere flexibilizar la contención del déficit para que los Gobiernos puedan apoyar a sectores especialmente dañados por el virus es racional y sensible. Que se hable de que los bancos centrales den estímulos monetarios adicionales o hundan más los tipos de interés tiene mucho menos sentido».
Santiago Carbó
Lo más probable es que para la mayoría de los ciudadanos la Covid-19 pase como algo ajeno o unos días malos de fiebre y tos. Lo que sí que recordaremos en unos meses es el temor a que las cadenas de suministro, el trabajo, el colegio de los niños o una gestión administrativa se llevó por derroteros muy distintos de los habituales. Eso tiene un significativo coste económico actual que tiene el riesgo de hacerse enorme. Los mercados temen al contagio. A todo aquello que, afectando a una empresa o una localización, puede trasladarse a otras con velocidad. Lo que han hecho los mercados es “contagiarse del contagio” y anticipar dos escenarios: uno, que ya hay pérdidas sensibles; el segundo, que podría haberlas mucho mayores.
Así que cuando usted piense que algo no le deben estar contando es, seguramente, que el contagio puede tener una incidencia económica de mayor magnitud de la inicialmente esperada. En este sentido, la reacción de las autoridades es de geometría y acierto variables. Que se considere flexibilizar la contención del déficit para que los Gobiernos puedan apoyar a sectores especialmente dañados por el virus es racional y sensible. Que se hable de que los bancos centrales den estímulos monetarios adicionales o hundan más los tipos de interés tiene mucho menos sentido porque un destrozo de tres meses no se arregla con una nueva barra libre con efectos mucho más duraderos y contradictorios.