En los últimos meses, a la luz de lo acontecido en el marco de la política monetaria, la Reserva Federal de Estados Unidos ha sido el “halcón” con su inmovilidad a la hora de la bajada de tipos y el Banco Central Europeo se ha presentado como la “paloma” con sucesivas rebajas del precio oficial del dinero. Desde julio, cuando el BCE comenzó a pausar sus bajadas, pueden estar cambiando los papeles. Se confirmó, además, este miércoles, cuando la Fed disminuyó un 0,25 sus tipos hasta la horquilla 4,00-4,25%, y además se esperan dos rebajas en lo que queda de 2025.
El BCE, por su parte, en su reunión de la semana pasada, volvió a dejar el precio del dinero inalterado. Christine Lagarde señaló que la inflación está donde quieren que se encuentre, con lo que apuntaba a que no parece prever nuevas rebajas en los tipos en el horizonte de este año, salvo que haya algún cambio en la macroeconomía europea. Todo es posible, vistos los desajustes fiscales y las tensiones en una economía como la francesa, verdadero quebradero de cabeza en el Viejo Continente. Sin embargo, la afirmación de Lagarde sonó un poco a halcón en el contexto actual.
Lo que está aconteciendo en la Fed recientemente es lo que ahora más llama la atención. En la economía global, tan interconectada a pesar de las recientes medidas proteccionistas de EE. UU., las decisiones de la Fed no solo repercuten en una hipoteca de una familia de Illinois, o en el coste de financiación de una pyme en Georgia, sino también en el valor del euro u otras divisas, en el precio de las materias primas y en la deuda de los países emergentes. Por eso, la expectación de las últimas semanas sobre la Fed ha sido global. Durante meses, para desesperación de la Administración Trump, la Fed había mantenido un tono prudente frente a la inflación.
Tras el fuerte ciclo de subidas iniciado en 2022, la institución logró contener las presiones inflacionarias, pero a costa de endurecer las condiciones financieras. Ahora, la situación presentaba claroscuros. Por un lado, la inflación sigue por encima del 2% que marca el objetivo oficial. Por otro, el mercado laboral, considerado un pilar de la fortaleza estadounidense, empieza a mostrar fisuras. La revisión de las estadísticas reveló que se crearon 911.000 empleos menos de lo estimado entre abril de 2024 y marzo de 2025, sugiriendo que la economía no era tan robusta como parecía. Asimismo, algunos indicadores de consumo e inversión reflejan una desaceleración en sectores dependientes del crédito, como la vivienda o la automoción.
En este clima de incertidumbre, al que habría que añadir los desequilibrios fiscales y presión sobre la deuda norteamericana, la Administración Trump no ha ocultado su impaciencia. El presidente ha exigido públicamente una bajada más agresiva de los tipos, acusando a la Fed de frenar la economía y de encarecer innecesariamente el servicio de la deuda federal. Es muy probable que la presión sobre la Fed continúe para que haya más recortes en sucesivas reuniones, y que la rebaja de este miércoles se considere insuficiente por Trump, con lo que la tensión entre ambas administraciones persistirá.
La bajada de 25 puntos básicos por parte de la Fed era el escenario más probable y se ha cumplido. No es un giro radical –como habría supuesto una rebaja de 0,50-, sino un gesto de flexibilidad. Se busca aliviar la economía sin lanzar el mensaje de que la Fed renuncia a su lucha contra la inflación. Jerome Powell transmitió que sigue comprometido con la estabilidad de precios, pero también es consciente del debilitamiento del empleo y del consumo. Ese delicado equilibrio determinará la reacción de los mercados financieros y el rumbo de la política monetaria global.
El Banco Central Europeo (BCE), mientras tanto, ha optado por una pausa. Prefiere ahora esperar y observar. Se ha superado lo peor del impacto inicial de la guerra de Ucrania y de la consiguiente crisis energética sobre la inflación. Además, se han abaratado los intereses de una forma intensa en los últimos 18 meses. Por ello, la Fed y el BCE se han intercambiado algo los papeles.
Mientras la economía estadounidense aún crece, aunque con signos de fatiga, la zona euro sufre desde hace tiempo un crecimiento anémico pero que se ha revisado al alza en la última reunión. Se espera este año ahora un crecimiento de alrededor del 1,2%, lo cual es unas décimas más de lo proyectado en junio. Y la inflación parece más controlada con la general en torno al objetivo y la subyacente (sin energía ni alimentos) también muestra señales de moderación hasta 2026. Sin embargo, hay elevada incertidumbre por los riesgos geopolíticos y por los efectos de los aranceles, entre otros, por lo que podrían empeorar las previsiones si se materializan.
La pausa del BCE ha ofrecido un cierto respiro a la Fed que ha podido facilitar la decisión del recorte de este miércoles. Sin embargo, la verdadera prueba residirá en si Powell logra mantener la visión de que la Fed sigue siendo independiente y comprometida con la estabilidad a medio plazo, contexto en el que la bajada de tipos puede ser una herramienta útil. Si no, se corre el riesgo de que se interprete como un triunfo político sobre la independencia de la autoridad monetaria, lo que dañaría tanto a la economía estadounidense como a la confianza global.
Una versión de este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días