Imaginen por un momento una situación cotidiana del futuro, pedir a nuestro asistente virtual (llámese Siri, Alexa, Google Now o Cortana) que realice una subasta en internet de una motocicleta de segunda mano (o de cualquier otro producto o servicio) y, una vez la tenga, realice una segunda subasta de un préstamo para financiarla. Ambas operaciones se harán en segundos, con diferentes ofertas ajustadas al perfil del que da la orden (que el asistente virtual conocerá perfectamente). Habría otros muchos ejemplos tales como “quiero bajar el coste de mis tarjetas”, “quiero cambiar mi seguro de coche”, o “quiero modificar el perfil de mi cartera de acciones”. Siendo una realidad ya hoy, la clave es cuánto se tardará en que sea lo habitual.
En ese escenario, los bancos y otros proveedores financieros convencionales participarían meramente ofreciendo sus productos estandarizados a esa plataforma, con la consiguiente pérdida de buena parte de la relación con el cliente y de los ingresos asociados con ella. Ese “cuánto” es una contrarreloj del sector financiero que, además de los desafíos de corto plazo (impacto de la covid) y de largo plazo (entorno de tipos negativos o ultrarreducidos), necesita responder a las grandes capacidades de inteligencia artificial y experiencia de usuario de las bigtech.
Estas empresas hasta hace poco no podían conocer nuestros datos financieros o si habíamos dejado de pagar un recibo de hipoteca. Todo cambió con la llegada de la Directiva de Servicios de Pago conocida como PSD2, por la que podemos autorizar a nuestro banco a que facilite nuestra información a otros proveedores, incluidas fintech y bigtech. Las entidades financieras pueden estar perdiendo la gran ventaja informativa que atesoraban y que quizás no pudieron o supieron desarrollar con más rapidez y eficacia, por su modelo más basado en relaciones presenciales y por los esfuerzos de reestructuración y normativos tras la crisis financiera.
Sea como sea, las grandes tecnológicas hoy capturan numerosos datos (geolocalización, búsquedas, relaciones sociales) y también tienen ya acceso a los financieros gracias a la PSD2. Combinación que les concede una gran ventaja competitiva y les sitúa en disposición de ofrecer productos más ajustados a nuestras preferencias. La banca está intentando contrarrestar con sus mayores habilidades en la gestión financiera y con crecientes capacidades de inteligencia artificial. En este ámbito, una historia de éxito reciente es Bizum, un producto “tecnológico” de pagos. Las finanzas vivirán la paradoja de ser más a medida y, sin embargo, con menor contacto humano. Los bancos tradicionales afrontan competencia horizontal (entre operadores tradicionales) y vertical de otros sectores (tecnológicos, comunicación). El campo de juego no está aún definido ni equilibrado. No existen protocolos regulatorios claros para que las bigtech compartan sus datos, algo necesario para garantizar la pugna competitiva en actividades basadas en la información, como la financiera. Los árbitros están ajustando las reglas conforme se juega el partido. La seguridad —riesgos y estabilidad financiera— depende de nuevos factores como la privacidad y la protección de datos. Cada cual cuenta con sus habilidades, pero lo único que parece claro es que el futuro de la banca es incierto.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.