Vivimos un tiempo muy exigente para los bancos centrales. No está siendo nada sencillo volver desde lo extraordinario a lo convencional. La Reserva Federal de Estados Unidos pretende subir tipos y en el BCE aún ni se plantea. Hay que tener en cuenta que los experimentos monetarios que hemos vivido tienen a veces una duración tal que generan expectativas y costumbres inusitadas entre los consumidores. En Japón, sin ir más lejos, las múltiples y contundentes medidas de estímulo para relanzar la economía han servido de poco para que los jóvenes se animen a gastar, porque se han acostumbrado al ahorro.
A pesar de este clima de excepcionalidad monetaria, resulta fundamental no olvidar un principio esencial en cualquier país que pretenda ser una democracia moderna: la independencia de los bancos centrales. Cuando hay señales de que ésta se quiebra, cabe esperar problemas muy importantes a medio plazo. Sucedió en el pasado, por ejemplo, en Argentina. Y en el mundo actual de los populismos de toda índole, tenemos que escuchar casi a diario opiniones sobre lo necesario que es vulnerar o ignorar esa independencia.
«Resulta fundamental no olvidar un principio esencial en cualquier país que pretenda ser una democracia moderna: la independencia de los bancos centrales. Cuando hay señales de que ésta se quiebra, cabe esperar problemas muy importantes a medio plazo».
Recientemente, en Estados Unidos, se ha podido observar una de esas señales reveladoras de injerencia. La Junta de Gobernadores de la Fed —que decide los designios de la política monetaria— está formada por siete miembros. Uno de ellos, Daniel Tarullo, referencia en tareas de supervisión, ha anunciado que dejará su puesto de forma anticipada en abril, después de que Trump afirmara que pretende eliminar múltiples aspectos de la ley Dodd-Frank, la regulación financiera que se aprobó como respuesta a la crisis. Con esta vacante, ya son tres las que el presidente estadounidense podrá nombrar. Y en 2020 habrá una cuarta, lo que otorgaría mayoría en la junta. La complicación no acaba ahí. Los miembros de la Junta son elegidos para 14 años pero la presidencia y vicepresidencia de la Fed tienen un mandato de cuatro años que normalmente se prolonga otros cuatro. Esa reelección toca a principios de 2018 y no está claro que Trump quiera que Yellen y Fisher continúen en tales puestos, a pesar de que es lo habitual. Podría darse la tensa y extraña circunstancia de que permanecieran como miembros de la junta (donde nadie les puede echar hasta el final de su período de 14 años) pero tuvieran que dejar de dirigir la institución.
Para las vacantes —e incluso como supuestos reemplazos de Yellen y Fisher— suenan nombres con cierto prestigio académico y del mundo financiero. Pero también se habla de otros con claras vinculaciones políticas a administraciones republicanas. En general, parece haber una preferencia por gestores del mundo de los negocios. Y el perfil predominante es el de halcón. Pero la paradoja es que se trata de aves que, adiestradas, vuelven a la mano de su dueño. Ahora que se habla de subidas de tipos, es posible que la senda esperada se interrumpa o que sus tiempos cambien según las necesidades de Trump, que se encuentra en una situación sin precedente de poder renovar la mayoría de cargos en la Fed en un año. La referencia mundial de independencia monetaria parece estar en cuestión.