2023 podría cerrar el ciclo de algunas de las políticas y estrategias económicas de los últimos tiempos. En primer lugar, de las reuniones de los bancos centrales de referencia de la pasada semana —Reserva Federal y Banco Central Europeo— se puede concluir que las subidas de tipos de interés han terminado por ahora, salvo que acontezca algo imprevisible que altere esa ruta monetaria. El escenario central apunta a que la inflación se ha moderado y la actividad económica se ha debilitado, pero sin grave impacto sobre el empleo ni dando lugar a una grave recesión. El marco financiero, tan endurecido en los dos últimos años, puede comenzar a aflojar el próximo, algo que puede venir bien ante las perspectivas más restrictivas de la política fiscal. El efecto neto debería ser positivo para la economía y confiemos que no retroalimente la inflación.
Por otro lado, algunas de las estrategias económicas transversales más importantes de los últimos años —transición energética y digitalización— pueden haber cerrado un cierto ciclo y abierto otro, o dar paso a una cierta refundación del alcance y objetivos. Respecto a la transición energética, hemos podido observar esta semana, tras mucha sangre, sudor y lágrimas —venciendo enormes resistencias— que se llegaba a un acuerdo en la reciente COP28 (Conferencia sobre el Cambio Climático de este año) celebrada en Dubai. Se pacta la transición “para abandonar los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas) en los sistemas energéticos, de manera justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crítica, a fin de lograr el cero neto para 2050″. Un acuerdo decisivo, sin duda y con un potencial enorme para cambiar el paso a un proceso de transformación de la economía global. Sin embargo, el proceso de llevarlo a la práctica puede sufrir diferentes avatares. Por ejemplo, en junio de 2024, se celebran elecciones europeas, donde uno de los temas centrales puede ser el modelo de economía y de transición energética del Viejo Continente a futuro. Hasta ahora, la UE —y su Parlamento— ha sido firme creyente de esa transición, con un modelo de elevados costes y sin atajos —a diferencia de otros países—, pero, dependiendo de los resultados electorales, se podría cambiar —entiéndase demorar u obstaculizar— esa hoja de ruta energética, con consecuencias económicas de gran calado.
Por último, en el ámbito de la digitalización, también la UE aprobó hace una semana el borrador de la primera regulación de Inteligencia Artificial (IA) del mundo, que aspira a impulsar la innovación y, al mismo tiempo, a garantizar que los sistemas de IA utilizados sean seguros y respeten los derechos fundamentales y valores europeos. Tiene que ser ratificado, pero si sale adelante, es clave alcanzar ese difícil equilibrio entre innovación y control de riesgos. Ojalá sea referencia en otras latitudes. Europa no puede quedarse atrás en el desarrollo de la IA como principal eje de crecimiento y competitividad del futuro, pero simultáneamente debe ser compatible con los derechos fundamentales y con riesgos adecuados. Vienen cambios de calado a corto y medio plazo.
Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.