La estabilidad financiera se ha convertido en un controvertido elemento de discusión en los últimos años. Rescatar o no a las entidades, evitar pánicos bancarios, privatizar o nacionalizar… Nos guste o no, el sistema financiero responde por el ahorro y gran parte de los flujos financieros de un país y su peso en las decisiones políticas es abrumador. Más aún, cuando hay posibilidades de contagio internacionalmente derivadas de episodios de inestabilidad. De ahí la atención que durante mucho tiempo se prestó a España tras, entre otras cosas, haber colocado más de 700.000 millones de euros en títulos crediticios, muchos de ellos por todo el mundo. Las dependencias financieras son parte del equilibrio geopolítico. Y estas relaciones cambian a veces con bastante velocidad. Evidentemente el dinero no debería ser el único ni principal criterio que gobernara sobre las relaciones políticas pero ignorar su importancia es absurdo.
Debiera imponerse la responsabilidad sobre los datos en el tema heleno
Lo que está ocurriendo con Grecia resulta un ejemplo muy revelador. Si utilizamos los últimos datos del Banco de Pagos Internacionales (BIS) se observa que los bancos alemanes tenían 44.440 millones de deuda pública y privada griega justo antes de la caída de Lehman Brothers en 2008 y llegaron a reducirla hasta 5.208 millones en el primer trimestre de 2013. Hoy esa deuda griega en manos de bancos germanos es de 13.515 millones. Para los bancos franceses, las tenencias de deuda helena pasaron de 88.958 millones de euros en el segundo trimestre de 2008 a 1.812 en el tercer trimestre de 2014. Tanto en Estados Unidos como en Reino Unido los bancos mantienen alrededor de 15.000 millones de euros en cada caso en deuda griega, entre otras cosas porque a esas localizaciones se ha desplazado parte del endeudamiento ya descontado. En general, las exposiciones a otros países se han reducido de forma significativa en el conjunto de la banca europea. Los bancos alemanes, por ejemplo, llegaron a tener 315.516 millones de euros de deuda española a principio de 2008 y hoy cuentan con 109.123 millones. Ahora, el Banco Central Europeo se dispone a comprar la deuda pública en los balances de las entidades financieras… pero las griegas quedan excluidas porque el rating de su país no llega al grado de inversión.
Los bancos europeos tienen hoy 46.033 apalancados en Grecia pero más del triple, 147.780, en deuda rusa. Esto no implica que Europa se olvide de los hermanos griegos pero sí que explica, por ejemplo, la aparente mayor atención que puede tener en la agenda política europea, cuestiones humanitarias al margen, el conflicto entre Rusia y Ucrania en relación a la que recibe la debacle de la que trata de huir Grecia. Sin dejar de ser vergonzante —y de estar influidas por muchos otros factores— son realidades que el Gobierno heleno puede estar pasando por alto. Hoy por hoy, un “momento Lehman” en Grecia sería una desastrosa explosión controlada pero nada parecido a la hecatombe que hubiera supuesto hace tres o cuatro años. Eso, financieramente, porque políticamente sería una herida muy profunda para la UE. Sea como fuere, debiera imponerse la responsabilidad por encima de los números porque lo que Grecia supone social, histórica y políticamente para Europa va más allá de las finanzas.
El orden financiero mundial cambia y, con él, el equilibrio político y comercial. Lo que está ocurriendo en Europa con Grecia es sólo un problema más entre grandes y rápidos cambios en ese orden, donde la caída del precio del crudo y los movimientos de divisas tienen una dimensión cuyas implicaciones aún no hemos acabado de asumir ni calcular.
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Santiago Carbó es director de estudios financieros de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas).
Artículo publicado en el periódico El País.