En todos los países desarrollados, y el nuestro no es una excepción, se puede observar una tendencia al crecimiento del gasto sanitario. Este gasto presenta una serie de peculiaridades, puesto que en la consecución del objetivo para el que se realiza el gasto (la mejora de la salud) intervienen muchos otros factores –vivienda, educación, comportamientos particulares…–, al tiempo que presenta un cierto grado de ineficiencia. La cuestión que se plantea es, pues, si el crecimiento de este gasto es abordable y si cabe mejorar la eficiencia del sistema; las posibles claves residen en las políticas de evaluación y en una reforma estructural del sistema sanitario.