Buena parte de las economías avanzadas de la OCDE muestran, desde mediados de los años sesenta del pasado siglo, una tendencia decreciente de sus tasas de crecimiento, especialmente perceptible en los países europeos y Japón. En paralelo, la trayectoria del gasto público presenta un aumento sostenido hasta comienzos del decenio de los ochenta, estabilizándose posteriormente en torno a una media del 41% del PIB, aunque con amplias diferencias entre países. En términos muy generales, la pregunta a la que se ha tratado de responder en este trabajo es si ese nivel de gasto público tiene alguna relación con la caída de las tasas de crecimiento.
La relación entre gasto público y crecimiento económico responde a dos fuerzas contrapuestas. Por una parte, los efectos positivos del gasto público sobre la productividad a través de la acumulación de capital físico y humano, de la corrección de los fallos de mercado y de la mejora de la estabilidad social mediante la reducción de la desigualdad. Por otra, los efectos distorsionadores de los impuestos sobre la productividad del capital y sobre el crecimiento, así como por las ineficiencias de la gestión pública y por la extensión de las actividades de búsqueda de rentas. El resultado final dependerá de la importancia relativa de ambos efectos, lo que, bajo determinados supuestos sobre la forma de la función de producción, se relaciona principalmente con el tamaño, la composición y la calidad del gasto y de los ingresos públicos.
A partir de los análisis empíricos realizados, la primera conclusión de este artículo es que el tamaño alcanzado por el gasto público en la mayor parte de los países avanzados estaría siendo una rémora para el crecimiento económico. Sin embargo, un resultado tan agregado que, por otra parte, ha sido ampliamente contrastado en otros trabajos, esconde relaciones muy heterogéneas entre gasto público y crecimiento económico en los distintos países.
En primer lugar, el mencionado efecto negativo tiene una magnitud muy diferente entre países: mientras en algunos, como los escandinavos, los coeficientes son bajos, en otros, como los del antiguo bloque del este de Europa o los bálticos, son mucho más elevados.
«Los resultados obtenidos presentan tantas particularidades que no puede decirse, sin más, que una reducción del gasto público en los países avanzados de la OCDE implique un aumento de las tasas de crecimiento a largo plazo. La composición y calidad del gasto puede resultar tan determinante como su propio tamaño».
En segundo lugar, los resultados no son tan concluyentes cuando en lugar del gasto público total se toma el gasto en bienes y servicios públicos, excluidas por tanto las transferencias, cuyo efecto sobre el crecimiento, aun siendo también negativo, es a su vez muy diferente entre países. Y resultados opuestos se obtienen para gran número de países cuando el análisis se circunscribe al gasto en inversión pública. Por tanto, la composición del gasto es un factor muy destacado en cuanto a sus efectos sobre el crecimiento.
En tercer lugar, la relación entre gasto público y crecimiento no necesariamente es lineal. La estimación no paramétrica de coeficientes que pueden variar en el tiempo muestra que en algunos países se ha iniciado una senda de ajuste y estabilización del gasto que modifica el signo de su relación con el crecimiento económico, de modo que algunos de los efectos negativos habrían quedado en buena medida neutralizados.
En cuarto lugar, la calidad y eficacia del sector público se muestra como un factor explicativo muy relevante de las diferencias que se aprecian entre países con niveles similares de gasto. Países con un tamaño del gasto muy elevado ofrecen, en cambio, resultados mucho mejores en su relación con el crecimiento que otros con un tamaño más reducido, debido a las diferencias en variables de tipo institucional. La conclusión es que un elevado número de países podrían mejorar sus tasas de crecimiento sin necesidad de reducir el gasto, reforzando sus indicadores de calidad y eficacia del gobierno.
Incluso enjuiciando el papel del sector público solo por sus efectos sobre el crecimiento, los resultados obtenidos presentan tantas particularidades que no puede decirse, sin más, que una reducción del gasto público en los países avanzados de la OCDE implique un aumento de las tasas de crecimiento a largo plazo. La composición y calidad del gasto puede resultar tan determinante como su propio tamaño y otro tanto puede decirse de la eficacia e imparcialidad de la actuación del sector público en la provisión de bienes y servicios.
El análisis realizado no puede obviar el hecho de que el crecimiento, como objetivo de las políticas públicas, debe conciliarse con otros objetivos que también formarían parte de una hipotética función de bienestar social, como la conservación del medio ambiente, la distribución de la renta o el acceso a ciertos servicios básicos como la educación o la sanidad. Todo lo que aquí hemos deducido tiene que ver con el alcance de las relaciones entre gasto público y crecimiento económico, pero no se prejuzga que el crecimiento deba ser el único código para evaluar el gasto, aunque sí conviene tenerlo muy presente cuando se proponen políticas redistributivas que conllevan un componente de gasto público. El equilibrio entre eficiencia y equidad, tan discutido en cuanto a lo óptimo de sus proporciones, requiere, con seguridad, tener en cuenta todo tipo de factores, económicos, ambientales y sociales, a la hora de diseñar y ejecutar la intervención del sector público en las sociedades avanzadas.
Esta entrada es un resumen del artículo ‘Gasto público y crecimiento en los países de la OCDE, 1964-2018’, publicado en el número 164 de Papeles de Economía Española.