El estatus bancario en España está rodeado de puro ruido. La posición que las entidades financieras ocupan en la sociedad se encuentra indefinida entre el marasmo jurídico, la larga resaca de la crisis y un entorno monetario inexplorado y lejos de la normalidad. En los últimos días, la sinfonía bancaria es una suite instrumental entre presentación de resultados trimestrales, anuncios del Supremo en relación al impuesto de actos jurídicos documentados y pruebas de esfuerzo de la Autoridad Bancaria Europea (EBA).
Hablamos de la industria estratégica española que está sometida al mayor escrutinio regulatorio, político y, en alguna medida, judicial. A la banca no hay que protegerla, ni entorpecerla. Simplemente dejar que haga su función de forma eficiente y equilibrada socialmente. El problema es que la crisis ha dejado un deje de negatividad y un catálogo de desequilibrios para el sector difícilmente restaurable sin una normalidad operativa. Pero esta es complicada en un terreno monetario extraordinario, en medio de una enorme transformación tecnológica y con el ahorro y la capacidad de endeudamiento del sector privado bajo mínimos. Y con un nivel de deuda soberana que preocupa y mucho. A pesar de ello, el beneficio atribuido a los seis primeros bancos españoles hasta septiembre es de 13.228 millones de euros, un 12,3% mayor que en el mismo periodo de 2017.
«Si sobreviniera un shock macroeconómico, se necesitaría la mitad del capital para absorberlo que en el promedio de la eurozona y un tercio del necesario en Reino Unido».
Los cuatro grandes (Santander, BBVA, Caixabank y Sabadell) acudieron al examen del estrés para ratificar su resistencia. Ese ha sido el gran titular. Pero detrás de los focos conviene definir algunas diferencias. Su diversificación internacional —una estrategia que ha dado buen resultado— pasa por un momento de dificultad por las tensiones cambiarias que genera la guerra comercial y la subida de tipos de interés en EE UU. A pesar de ello, son algunas de las que han mostrado mayor capacidad de resistencia si hubiera un improbable y duro revés macroeconómico. Nuestros bancos parten de niveles holgados de solvencia respecto a los mínimos regulatorios aunque es cierto que mantienen una capitalización menor, en promedio, que la de otros países europeos. Y ahí está la paradoja. Al contrario que otros competidores continentales, se mantienen por encima de esos mínimos requeridos cuando se simula el escenario más adverso. Esto es solo posible porque su balance es de mayor calidad que el promedio europeo: respaldado por más provisiones y con un perfil de riesgo más moderado. Por eso, si sobreviniera un shock macroeconómico, se necesitaría la mitad del capital para absorberlo que en el promedio de la eurozona y un tercio del necesario en Reino Unido.
Por último, un reconocimiento al Banco de España. Ha sido duramente criticado por cómo afrontó la crisis financiera. Como todos, habrá cometido errores, pero si comparamos la situación del sector hoy con los nubarrones de hace 10 años o la gran tormenta de 2012, algo se ha debido hacer bien en la plaza de Cibeles, para volver a tener un sistema bancario competitivo y resiliente.