La economía española de 2018 es muy abierta al exterior, tanto en lo institucional, como en el comercio y las finanzas. Es, por ejemplo, la decimoquinta economía del mundo, pero la duodécima exportadora de bienes y servicios. También muchas empresas se han internacionalizado y España ha dejado de ser solo receptor de inversión extranjera directa para convertirse también en un importante emisor.
No siempre fue así, pues su participación en la primera globalización resultó ser mucho más limitada. En lo comercial reaccionó con el proteccionismo a la llegada de productos baratos de otros continentes y en lo monetario la peseta no llegó a integrarse en el patrón oro, aunque mantuvo cierta disciplina. El punto de mayor desconexión con la economía internacional se alcanzó en los años cuarenta, cuando el aislamiento político dio como resultado la introversión extrema y la no participación en los esquemas de cooperación económica de la posguerra. A partir de los años cincuenta, las cosas empezaron a cambiar. España inició un proceso de liberalización lenta, pero continuada y progresiva, que convirtió al sector exterior en uno de los motores fundamentales de la modernización. La apertura hizo desaparecer la restricción externa al crecimiento, que había sido un obstáculo histórico al desarrollo, y el proceso transformó al propio sector exterior. También la peseta fue integrándose crecientemente en los procesos de cooperación, hasta desembocar en el euro.
«La vuelta del proteccionismo es una realidad que ya no puede ser ignorada y que obliga a pensar en establecer reglas que lo contengan, pero, a la vez, mejoren la gobernanza de la globalización».
En suma, la economía española llegó a la segunda globalización en condiciones de participar plenamente en ella. Vista en perspectiva, la crisis iniciada en 2008 no supuso un freno en el grado de internacionalización. Por el contrario, el sector exterior ha jugado un papel destacado en la recuperación, primero aportando a la demanda el impulso del que carecía la economía nacional y después permitiendo el comienzo del desendeudamiento externo con una capacidad de financiación positiva e inédita en el tiempo del crecimiento. También existen sombras en nuestra participación en la denominada segunda globalización. El crecimiento del endeudamiento externo y el empeoramiento de la posición de inversión internacional desde los años noventa han convertido a la economía española en vulnerable ante las perturbaciones financieras y la cesión de soberanía monetaria al Banco Central Europeo ha limitado su capacidad de respuesta. Por eso es más necesario que nunca el mantenimiento de los equilibrios financieros a medio plazo.
Esta profunda transformación de la economía española significa también que el estado de la globalización le concierne. Ya no puede vivir de espaldas a lo que sucede más allá de sus fronteras, porque participa en un sistema donde la interdependencia es la norma. Eso quiere decir también que las autoridades españolas deben implicarse en solucionar los problemas que pueda tener el sistema.
La segunda globalización comenzó a finales de los ochenta del pasado siglo y ha supuesto una transformación profunda de la economía internacional. Ha aumentado la renta mundial y ha reducido los niveles de pobreza, pero han crecido más intensamente los países atrasados y ha creado cierto malestar en determinados colectivos de los países ricos, abriendo la puerta a movimientos populistas que la cuestionan. La crisis económica de 2008 intensificó esas reacciones y ahora mismo la globalización se encuentra amenazada. La vuelta del proteccionismo es una realidad que ya no puede ser ignorada y que obliga a pensar en establecer reglas que lo contengan, pero, a la vez, mejoren la gobernanza de la globalización. El sistema de cooperación multilateral creado en la posguerra ya no sirve, aunque tampoco se han generado alternativas.
En ese contexto, Europa, como primera potencia comercial mundial, debería tomar la iniciativa, pero tampoco carece de problemas que dificultan su liderazgo. El brexit, como síntoma, los políticos populistas que ya han tomado el poder en algunos países o el insostenible a medio plazo superávit comercial alemán, son las más señaladas entre esas dificultades. España, como implicada a fondo en la globalización, no puede permitirse estar al margen de los debates y las propuestas para solucionar los problemas de gobernanza de la Unión europea y de la propia globalización.
Más información en el artículo “España en la segunda globalización”, publicado en el número 158 de Papeles de Economía Española.