Ni la victoria de mi Valencia CF pudo evitar el desasosiego y desesperanza que experimenté este domingo y se ha quedado conmigo. Una desazón compartida por muchos desde sensibilidades muy distintas. Desde el punto de vista económico no fue la culminación de nada, sino el principio de un problema que se antoja largo y complejo. Como en otras ocasiones en la última década, una pregunta relevante es cómo se nos ve desde fuera y cómo puede afectar a la inversión y al PIB.
La relativa tibieza de la Bolsa el lunes coincide con lo que ya pasó con el referéndum del Brexit o con la victoria de Trump en Estados Unidos: los mercados tratan de anticipar las consecuencias de hechos contrastados, pero ante la incertidumbre solo responden con volatilidad.
En lo que respecta a lo que está sucediendo en Cataluña, se percibe nerviosismo. Primero se sintió en el euro y se prolongó en la sesión bursátil del lunes, en la que cayeron los valores a los que más se les presupone que afectaría una crisis institucional grave. Porque las cosas parece que van a ir a (¿mucho?) peor y la gravedad estará relacionada con el grado de complejidad legal e institucional que tenga el conflicto. Los mercados han constatado que no estamos ante la culminación de cambio alguno sino al principio de un problema muy grave. El signo final y su orden van a depender de la acción política.
«Hasta ahora, casi todos los cambios en las proyecciones se orientaban a mejorarlas, pero parece que se invierte la tendencia. Y ahora aún más. No es un riesgo político controlado».
En las notas técnicas de inversores que he leído en las últimas semanas aparecen términos poco tranquilizadores como “riesgo de crisis constitucional”, “peligro de ruptura” o “fractura social”. Suficientemente preocupantes para un país que aún tiene que dejar atrás completamente la crisis económica, retomar el camino de las reformas y reafirmar su papel en Europa. La manifestación más explícita de que estas consideraciones no son ni pasajeras ni irrelevantes es la decisión de S&P de mantener el rating de España por la “confrontación” creada en torno a Cataluña. Y eso ocurrió el viernes. Un varapalo para las aspiraciones de confirmar una mejora crediticia de largo esperada. No sale gratis en términos de coste de la financiación y reputación inversora.
También comienzan a producirse revisiones a la baja del crecimiento del PIB, que se pueden intensificar en breve. Hasta ahora, casi todos los cambios en las proyecciones se orientaban a mejorarlas, pero parece que se invierte la tendencia. Y ahora aún más. No es un riesgo político controlado. Una muestra de ello es que se ha debido retrasar la aprobación de los presupuestos generales del Estado. Puede ser cuestión de tiempo… pero cada vez está menos claro. Otra es que hay riesgo de ruptura de los frágiles equilibrios políticos existentes, lo que podría precipitar alguna o algunas convocatorias electorales. Esto no es ni bueno, ni malo ni todo lo contrario pero, como sucedió hace un año, no está garantizada la estabilidad.
La prima de riesgo resiste no sin ciertas presiones al alza. Si no fuera por la acción del BCE, comprobaríamos su verdadera dimensión. Este es solo el principio.