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Enfrentamiento intergeneracional, solo si nos empeñamos

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Una idea ha empezado a cundir en la discusión pública española, y no está claro que sea para bien: la de una suerte de enfrentamiento generacional latente con motivo del funcionamiento del sistema de pensiones. Sin embargo, tal enfrentamiento no existe.

Desafortunadamente, el debate sobre las pensiones y el sistema de bienestar consiste en gran medida en una conversación simplista y pobre en la que economistas, politólogos y sociólogos nos empeñamos en ver a los individuos, ahora agrupados en generaciones, como agentes definidos estrictamente por intereses egoístas, miopes y enfrentados. Sin embargo, los intereses no son objetivos ni están dados. Sí dependen, en alguna medida, de la base material de nuestra vida, pero no solo. Pero se configuran asimismo según el sentido que le demos a esa vida, incluido su componente material, que es solo una parte. Ese sentido tiene que ver muy primeramente con nuestra cultura, que condiciona nuestra experiencia de vida material. Es decir, cultura y experiencia vivida se entrelazan inevitablemente, de modo que no cabe reducir la experiencia vivida de los individuos a su mera pertenencia a categorías económicas o sociológicas. 

En su momento se quiso entender, en parte con razón, la regulación y el funcionamiento del mercado de trabajo español como un enfrentamiento entre insiders (contratos indefinidos, niveles altos de protección y seguridad, salarios altos) y outsiders (contratos temporales, niveles bajos de protección y seguridad, salarios más bajos). Sin embargo, muchos olvidaron ya entonces que los insiders y los outsiders forman parte de las mismas familias. Son los padres y sus hijos, no meros individuos inconexos, y viven y ven las cosas en continuidad (consanguínea) intergeneracional, no libre de tensiones, claro. 

Del mismo modo, no pueden estar enfrentados tan obviamente los supuestos intereses de los jóvenes y los llamados boomers. Este enfrentamiento puede referirse a la generación de los hijos (mis dos hijas) y la de los padres (mi esposa y yo). Ellos (ellas), en la veintena o empezando la treintena; nosotros, entrando o entrados en la sesentena. De nuevo, como los insiders y los outsiders de antaño, cenamos juntos todos o casi todos los días. Si se piensa que los boomers son los jubilados actuales, hablamos de nietos y abuelos. No cenan juntos todos los días, pero se ven semanalmente, con gusto, y habitualmente con devoción recíproca. 

El sentido que le damos a la vida material –inseparable de la no material– también tiene que ver con las interpretaciones que la discusión pública pone a nuestra disposición. Si nos empeñamos en que sean de enfrentamiento generacional, pueden acabar calando, sobre todo si no compiten con otros marcos interpretativos. 

El del enfrentamiento no es el único marco posible. También cabe plantear el argumento de los intereses comunes entre las generaciones, que refuerza la sensación de continuidad que tenemos de manera bastante natural: no es que haya que quitar a los mayores para dar a los jóvenes (en el juego de suma cero que representaría el conflicto intergeneracional). Se trata, más bien, de ir descubriendo, configurando y consolidando arreglos socioeconómicos según los cuales las ganancias de los unos no actúan en detrimento de los otros, y en los que los necesarios sacrificios temporales, de los unos, de los otros o de ambos, tienen sentido a medio y largo plazo para el sostenimiento de la base material de las diferentes generaciones, de la sintonía cultural entre estas y, en última instancia, de la continuidad de la comunidad. ¿Los abuelos o los padres a unos años de jubilarse de los que hemos hablado antes no atenderían a argumentos que plantean los problemas del sistema de pensiones actual (muy beneficioso para ellos) si son abordados de ese modo? Menudos abuelos y padres serían. 

En esta tarea de replanteamiento de los marcos de entendimiento de nuestra propia situación debería tener un papel relevante, también, la clase política. Lleva tiempo sin tenerlo, por dos razones. Primera: gran parte de ella también se guía, para ganar elecciones, por su visión estrecha de los intereses de los grupos: a los mayores, jubilados o a punto de serlo, que son muchos y votan mucho, se les prometen subidas de pensiones, caiga quien caiga, como sea. Esto seguramente sea eficaz, habida cuenta de las dificultades que todos tenemos para entender un problema tan complejo, especialmente si casi nadie nos ha ofrecido eficazmente marcos de argumentación que hayamos podido hacer nuestros y que sean distintos del habitual: has trabajado mucho, has cotizado mucho para tu pensión, es justo que recibas una pensión generosa. Segunda: la poca audacia de no atreverse a ensayar una conversación con los votantes, de todas las edades, en las que se les trate de adultos y se les ayude a razonar en términos de acuerdos intergeneracionales como los propuestos más arriba. No afirmo que sea fácil plantear esa conversación ni, más aún, que se consigan todas las persuasiones recíprocas apropiadas, pero no lo sabremos si no lo intentamos. 

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