En este post se muestra la forma en la que la crisis ha afectado a la ocupación —por sexo y nivel de estudios reglados— usando como referencia básica la “edad laboral”, en lugar de la edad biográfica, y utilizando los datos de la EPA desde el año 2000 hasta el 2016.
Se define la edad laboral de una persona como “la cantidad de años transcurridos desde que terminó sus estudios reglados de mayor nivel”. Mediante esta medida, aquellos que tienen la misma edad laboral habrán podido entrar el mismo año en el mercado de trabajo (independientemente de su edad biográfica). Esta forma de medir el paso del tiempo permite definir con más precisión las distintas fases de la vida de los trabajadores desde la perspectiva de su participación en el empleo. Y cobra mayor valor analítico en un entorno convulso en el que es decisivo en qué momento del ciclo económico se empieza a trabajar.
Al usar la edad laboral, se aprecia con claridad la menor influencia de la crisis en la Tasa Absoluta de Ocupación (TAO)[1] de las mujeres. Y cómo, entre los varones, la crisis ha hecho mayor mella en ellos, cuanto menores fuesen los niveles formativos con los que contaban para participar en el empleo.
Observando las trayectorias por sexo de la fase de incorporación (de 0 a 6 años de edad laboral), en los datos de 2013 —que contienen a quienes se incorporaron al mercado de trabajo durante los siete años de la crisis— se aprecia cómo los varones han perdido posiciones: si en 2002 aventajaban holgadamente a las mujeres (en 10,4 puntos), en 2013 ellas conseguían niveles de ocupación superiores, gracias, en gran parte, a sus mayores niveles de estudios. Los varones han perdido 27,4 puntos entre 2007 y 2013 (9 puntos más que las mujeres), y solo han recuperado 6,7 puntos en 2016, por lo que las mujeres les aventajan desde 2009 (en 3,6 puntos en 2013, y en 1,2 en 2016).
Una parte apreciable de esa desventaja masculina se debe al mayor abandono de los estudios por parte de los varones durante la expansión. Este cambio de comportamiento se concentra en los varones que tienen como máximo estudios primarios. Estos pasan de ser el 8,5% del colectivo que se incorpora (0 a 6 años de edades laborales) al trabajo en 2000, a duplicar su presencia (16,4%) en 2008 y, a partir de entonces, enmendar esa trayectoria hasta recuperar en 2016 su menor peso inicial del 8,1%. Mientras que durante el período de expansión el aumento de los de estudios primarios se hizo a costa de no terminar la ESO, durante la crisis, la continuación de los estudios no se detuvo al completar la ESO, sino que dio lugar a incrementos en la formación profesional de nivel medio y en la proporción de los que acabaron los estudios universitarios superiores.
La semejanza entre las trayectorias de ocupación de quienes cuentan con estudios de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) y de Bachillerato es relativamente engañosa. La incorporación de los bachilleres parece ser más lenta de la real, como consecuencia del frecuente abandono de estudios universitarios sin obtener el título correspondiente[2].
Si se fija la atención en los que durante la crisis se hallaban en la fase de integración (de 7 a 13 años de edad laboral), la aproximación de los niveles de ocupación entre los sexos es de mayor rango que en la fase de incorporación, aunque las mujeres no llegan a superar a los varones.
Más característico aún es el proceso interno de los varones, que pasan de tener tasas de ocupación muy semejantes en todos los niveles formativos (excepto entre los que tienen como máximo estudios primarios) durante la expansión, a ordenarse en un abanico muy amplio, con caídas proporcionales al nivel de descualificación. En cambio, las mujeres mantienen muy semejantes las diferencias de ocupación por nivel de estudios durante todo lo que va de siglo, salvo entre las menos cualificadas, cuya presencia disminuye sensiblemente. En el colectivo con estas edades laborales, las que contaban solo con estudios de ESO eran el 28,3% en 2000, y el 13,7% en 2012. En cambio, las que tenían un título universitario pasaron de ser el 25,9% en 2000, a alcanzar el 48,8% en 2016, año en el que los varones tenían esos títulos en un 30,7%.
Pero donde el efecto de la crisis es más llamativamente diferente entre ambos sexos es en la fase de consolidación del empleo (de 14 a 36 años de edad laboral). El colectivo masculino en estas edades laborales parte de una notable estabilidad durante la expansión, con tasas de ocupación en los diferentes niveles formativos en un estrecho margen mayoritariamente por encima del 90%.
El efecto de la crisis tiene una configuración muy semejante al descrito para el colectivo masculino en su fase de integración, pero con pérdidas de ocupación de menor entidad. Es entre las mujeres de estas edades laborales donde se aprecia que la crisis ha tenido un efecto mucho más limitado en todos los niveles educativos, ya que únicamente ha logrado parar temporalmente (2008-2013) su trayectoria de incremento de la ocupación del periodo anterior (2000-2007), para luego retomarla a partir de 2014, aunque a un ritmo algo menor.
Si bien es evidente que las pérdidas de empleo masculinas se han visto influidas por el estallido de la burbuja de la construcción, el hecho de que la crisis haya afectado a todos los niveles de estudios de los varones pone en evidencia que su vulnerabilidad responde también a otros factores. En consecuencia, la incipiente recuperación no ha conseguido que retornasen a tasas de ocupación semejantes a las de antes de la crisis en ninguno de sus niveles formativos, al contrario de lo sucedido a las mujeres.
En definitiva, la crisis de empleo de 2007-2013 ha perjudicado predominantemente a los niveles de ocupación de los varones, afectándoles en mayor medida cuanto menor fuese su nivel de estudios y cuanto más cercana se hallase su entrada en el mercado de trabajo a los últimos años de la crisis. Naturalmente, el bloqueo de la fase de incorporación también ha influido desfavorablemente a las mujeres, pero lo ha hecho en menor medida porque su implicación sectorial ha permitido perder algo menos de ocupación a las más cualificadas, y, sobre todo, porque la proporción de estas últimas es sensiblemente mayor que la de los varones.
Es esperable que la ventaja femenina en nivel de ocupación que ya se ha observado durante la crisis en la fase de incorporación se vaya extendiendo a las fases posteriores, siguiendo las innovadoras trayectorias femeninas basadas en su mayor implicación y rendimiento académico universitario, a pesar de que —por ahora— se dediquen en mayor proporción a carreras con menor ocupabilidad media que la que se consigue con las que cursan en mayor medida los varones.
[1] La TAO es igual al porcentaje de ocupados en la población total de un colectivo específico, en un periodo delimitado. Actualmente se ha impuesto la referencia a esta tasa como “tasa de empleo”.
[2] Como para delimitar su edad laboral se usa el momento en el que acabaron el Bachillerato, y una parte de ellos no se han incorporado al terminar esos estudios, sino más tarde al abandonar la carrera universitaria, tienen edades laborales menores que las que aquí se suponen. En la fase siguiente (la de integración), al influir menos esa diferencia, los bachilleres presentan los niveles de ocupación que les eran propios hace unos años. En cualquier caso, el rendimiento laboral del bachillerato viene padeciendo un relativo declive la última década.