Ayer salieron publicados los datos de paro registrado de julio, que confirman la recuperación del mercado de trabajo en los últimos meses. Parece oportuno reflexionar sobre la situación de este mercado, a la luz de la última Encuesta de Población Activa (del segundo trimestre) que ha ofrecido buenos registros, pero a la que también es posible plantear algunos reparos. Sobre todo, porque la salida de la crisis va a ser tan larga como lo sea la recuperación de una ocupación mínimamente aceptable. En ese camino importa el cómo, porque se va a configurar gran parte de lo que será la sociedad española de las próximas décadas.
La división entre fijos y temporales es particularmente delicada. Hay quien suele adoptar una perspectiva poco sutil al sugerir que es mejor un empleo precario que ninguno. La realidad es más compleja. Sobre todo cuando muchos de esos “precarios” tienen una formación que excede con holgura su ocupación, mientras que otros deberían ser reciclados con políticas activas más eficaces.
Hay quien suele adoptar una perspectiva poco sutil al sugerir que es mejor un empleo precario que ninguno. La realidad es más compleja. Sobre todo cuando muchos de esos “precarios” tienen una formación que excede con holgura su ocupación
Cuando estalló la crisis, el mercado de trabajo español se desplomó. Al margen de las condiciones que hubo que afrontar, algo no funcionaba en las instituciones laborales. Ni en otros aspectos transversales como la educación. Que existían rigideces relativas a salarios y condiciones contractuales era tan evidente como que ese no era el único problema. Una reforma laboral necesaria como la que se realizó insistió en corregir parte de los problemas existentes pero dejó otros pendientes. En esta situación, opino que todo tiene que amarrarse como una política orientada a un mismo objetivo: un empleo digno y estable en la medida en que lo sea el esfuerzo y los incentivos.
Algunas deficiencias relativas a la contratación saltan a la vista. No querer optar por opciones como el contrato único revela tanto el recelo de quien quiere amarrar las condiciones existentes por desconfianza al sistema como la desvergüenza del que se toma la flexibilidad como una forma de abuso. Políticamente no espero muchos avances a corto plazo a pesar del aire fresco de algunas de las recientes propuestas de una formación política para el mercado de trabajo y la educación.
El telón de fondo es que el mercado de trabajo es cada vez más dual, con dos velocidades bien distintas, y eso lo hace más injusto. Pensamos en los nacidos en los albores de este siglo y cómo tienen que enfrentarse a extraños incentivos. Pese a su extraordinaria formación media sus opciones son muy limitadas. Tienen que aceptar cuestiones que para buena parte de generaciones anteriores han sido generalmente poco comunes como la movilidad geográfica e infinitas capacidades extracurriculares. Y, a pesar de ello, no parecen tener su sitio. ¿En qué pueden creer unos millennials con mejor formación que cualquier generación anterior pero bajos salarios y con escaso acceso a renta y riqueza?
Mientras que el edificio de las aspiraciones con incentivos adecuados no esté bien construido, hablar de renta mínima, universal o sideral es —por razonable que sea en una sociedad más avanzada— casi ciencia ficción para España.