La larga salida de la crisis está coincidiendo con cambios sociales inspirados por una intensa dialéctica. La política se discute desde extremos, la sociedad se divide entre oprimidos y opresores. Se extiende la sensación de que el orden económico y social al uso no tiene respuestas suficientes ni creíbles para propiciar una mejora del bienestar o, al menos, para preservar los logros del esfuerzo común en sociedades supuestamente avanzadas. Cunde incluso, un cierto rechazo al intelectualismo y una creciente popularidad de las ideas gruesas y poco contrastadas. Este ambiente enconado se alimenta de diferentes fuentes de inestabilidad y hay dos muy preocupantes y recurrentes: la política y la financiera.
Entre las dos principales fuentes de inestabilidad financiera para Europa dominan, en mi opinión, la crisis de la banca italiana y la posibilidad de que el Brexit se active de forma desordenada. Son fenómenos que no van a encontrar el mejor ambiente político para su resolución. En España, el pasado domingo se celebraron dos elecciones regionales a las que se ha querido exprimir una utilidad nacional que está por ver que finalmente tengan. En Alemania y Francia los tremendos problemas de cohesión y confianza que afronta Europa van a quedar en un segundo plano por las citas electorales del año próximo. En Italia, hay una crisis bancaria de manual (uno aparentemente muy gordo, además) que se pretende mantener en una falsa espera hasta que se aprueba la reforma constitucional tan de largo anunciada.
«Para fastidio de tantos esfuerzos acumulados en muchos países y en torno a la unión bancaria, persisten las dudas sobre la banca europea, con Italia y Alemania a la cabeza de los rumores».
En el mundo en que vivimos hemos debido aprender que hay que temer casi tanto a las epidemias financieras como a las emergencias sanitarias. Para fastidio de tantos esfuerzos acumulados en muchos países y en torno a la unión bancaria, persisten las dudas sobre la banca europea, con Italia y Alemania a la cabeza de los rumores. En el primer caso, la fase de negación continúa. En el segundo, cada día escuchamos una noticia que sitúa a alguna entidad germana entre las que presentan más riesgo en todo el mundo.
En esta situación, la política económica de sostenimiento y estabilidad sigue en manos del Banco Central Europeo. Los reducidos niveles de inflación son aún la mejor excusa para que el BCE ejerza su papel de excepcional proveedor de liquidez y comprador de deuda. Pero tal vez esa excusa se vaya agotando —además de que parece que va a hacer falta otras acciones públicas más allá de una política monetaria expansiva— y habrá que revelar la verdad de un mandato que implícitamente ya sobrepasa desde hace tiempo el control de la inflación.
Como además vivimos en la era de lo impensable, no podemos descartar hoy en día la concurrencia más pronto que tarde de factores que agraven la situación. Entre ellos, la posibilidad de ver a Trump en la Casa Blanca o una nueva vuelta de tuerca al Brexit: cuando parecía que Theresa May volvió con las orejas gachas del último G-20 y que la radicalización del proceso se había frenado, las huestes más duras pro-Brexit vuelven a apretar.