Ya se ha puesto en marcha, tanto por parte del Banco Central Europeo (BCE) como de la Reserva Federal de Estados Unidos, una nueva coyuntura de tipos de interés a la baja. En sus respectivas reuniones de septiembre, ambas autoridades monetarias los redujeron. Eso sí, la Fed, con 50 puntos básicos, frente a los 25 que aplicó el BCE. Este ya había lanzado el pistoletazo de salida con una primera disminución de 25 puntos básicos en junio. Ambos presidentes del BCE y la Fed comentaron además que se avecinan nuevas reducciones de tipos, más probables aún con el buen dato de inflación de septiembre. Positivas noticias macroeconómicas, porque suponen una victoria, ojalá definitiva, en la guerra contra la inflación. Unos costes financieros más bajos, además, ayudarán a reactivar la demanda de familias y empresas.
El nuevo entorno monetario afectará al sector bancario. No todos los efectos serán inmediatos, ya que hay mucha inercia en el negocio y los cambios de tipos en activos y pasivos no se deben notar tanto en los resultados de 2024, aunque el euríbor lleva un mes por debajo del 3%. A partir del ejercicio próximo, la historia puede ser distinta, porque el impacto de las rebajas de tipos actuales y las pronosticadas se estará dejando sentir más. La rentabilidad bancaria no contará con los mismos márgenes financieros de estos tres últimos años. Otras partidas de ingresos deberán contribuir más ante la disminución de márgenes.
Sin embargo, tampoco hay que pensar que esto vaya a poner patas arriba el sector. Los bancos están acostumbrados a operar y ser rentables con tipos muy bajos, o incluso negativos. Estuvieron así una década. Por supuesto, no es lo óptimo y genera demasiadas distorsiones en los mercados, pero tampoco se va a volver a ese escenario de tipos cero o muy bajos. La expectativa es que se queden en torno al 2%-2,5% a finales de 2025, si la inflación se mantiene a raya.
Para compensar los menores márgenes, una posibilidad es aumentar la cantidad de crédito concedida. Lo que pasa es que esta estrategia tiene sus límites. Aunque los niveles de riesgo de facto están casi bajo mínimos por la baja morosidad, que ha resistido bien la pandemia y la tensión inflacionaria, los diferentes segmentos de mercado se encuentran en coyunturas que no apuntan a un elevado crecimiento.
Por ejemplo, el mercado de hipotecas está lejos de recuperar la vitalidad de otros tiempos. Aunque tampoco se desea volver a una burbuja, hay bastante margen para poder crecer sanamente en ese negocio. El problema es que la falta de oferta de vivienda está afectando negativamente a las compras minoristas, y, por tanto, a la concesión de hipotecas. Por ello, a corto plazo será difícil que las hipotecas repunten con fuerza. Cierto es que el sector privado —con el bancario a la cabeza— deberá jugar un papel determinante en la construcción de nuevas casas, para lograr entre 150.000 y 200.000 nuevas unidades al año, que son las necesitadas en la próxima década. En todo caso, son cifras bien por debajo de las más de 700.000 viviendas nuevas anuales al comienzo de este milenio, que dieron lugar a la burbuja.
El segmento de crédito empresarial es otra línea de eventual crecimiento y sería beneficioso para la economía. También con limitaciones a ese potencial, por una regulación que es restrictiva, sobre todo en la financiación de activos intangibles como los digitales —con un colateral no físico—, que son una parte creciente de sus inversiones. Además, la mayor presencia de otros operadores —plataformas, fondos— en el crédito empresarial complica el alcance del mercado a capturar.
Sin embargo, las entidades financieras son los intermediarios mejor preparados para este tipo de crédito y debería de crecer en los próximos tiempos. En cuanto a otros tipos de crédito (para compra de bienes y servicios, por ejemplo), pueden ayudar si el consumo repunta. No obstante, su peso no es tan grande en los balances bancarios, y el impacto de su crecimiento no se notará tanto.
Nuevos negocios
La palanca de nuevos negocios será, asimismo, una vía de crecimiento de los ingresos. Con un menor margen financiero y con una inteligencia artificial en explosión, que ofrece innumerables posibilidades, los próximos años serán testigos de nuevos servicios y experiencias de usuario en el sector financiero. Es un reto irrenunciable para todas las entidades, con el telón de fondo de generar nuevos negocios e ingresos, pero también para poder mantener su competitividad en un entorno tecnológico. En todo caso, siempre sabiendo reconocer que no todo lo que se genera en IA tiene aún valor real.
Por último, los movimientos corporativos. Siempre que la rentabilidad bancaria está bajo mayor presión, las operaciones de fusiones y adquisiciones saltan a la palestra. En España está pendiente el desenlace de la opa hostil de BBVA a Sabadell, algo que no se resolverá inmediatamente, pero, sea cual sea el resultado, nada será igual en el futuro del mapa bancario y de la pugna competitiva en España, que seguramente seguirá dando noticias.
Y otras fusiones que entrarán en danza serán las transfronterizas. Hay un proceso en marcha —adquisición de Commerzbank por Unicredit—, de resultado incierto, pero también improbable que ocurra, por las resistencias del Gobierno alemán. Por esa razón, habrá que continuar esperando para que las empresas —bancos incluidos— puedan seguir la senda que marcó el exjefe del BCE Mario Draghi en su reciente informe sobre la competitividad europea.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días