El coronavirus amenaza con convertirse en un corona-crack económico y financiero. No ya por la incidencia de su mortalidad, sino por la parálisis que está provocando su prevención. El repentino aumento de casos en Italia y Corea del Sur ha roto algunas costuras y los mercados ya reflejan el descosido. La rentabilidad de los bonos del Tesoro de Estados Unidos se ha reducido hasta mínimos históricos y en Europa se está volviendo a los tipos de interés que los títulos públicos mostraron durante la crisis. El dinero se refugia en los bonos. Indica miedo. Las Bolsas así lo reflejan al comienzo de la semana.
Se huye de unos riesgos y se engordan otros. Por un lado, porque los bancos centrales comienzan a sopesar —con la Reserva Federal americana a la cabeza— que pueden ser necesarios nuevos recortes de tipos de interés o anticipar bajadas previstas mucho más a largo plazo. Esto prolongaría esta trampa de la liquidez en la que llevamos años atrapados, con no pocas anomalías y externalidades negativas. Entre ellas, la creación de unas expectativas negativas sobre la capacidad de generar crecimiento económico e inflación. Justo lo contrario de lo que se pretendía. Por otro lado, porque la madriguera de los bonos trata de ofrecer cobijo, pero está ya saturada de deuda. Esta misma semana, por ejemplo, se informó de que las tres mayores gestoras de estos títulos en Estados Unidos concentran ya 140.000 millones de dólares. Los elefantes son seguros hasta que tropiezan.
«El dinero se ha desplazado de forma acusada a los bonos. Y lo hará más en la medida en que la extensión de la Covid-19 fuera de China se considera una posibilidad de calibrar la credibilidad de los datos ofrecidos hasta ahora de contagio y mortalidad de este virus».
Santiago Carbó
Lo que se ha producido este fin de semana es un paso adelante en la cadena de temores. Hasta el momento, que no era poco, el temor al marasmo de una economía china con millones de ciudadanos recluidos y gran parte de su actividad limitada era la preocupación principal. La confirmación de que el coronavirus no es un problema exclusivamente asiático ha dado paso a un segundo nivel. Como ha ocurrido cuando otras incertidumbres recientes se han globalizado —como las que se producen en torno al proteccionismo y los aranceles— el dinero se ha desplazado de forma acusada a los bonos. Y lo hará más en la medida en que la extensión de la Covid-19 fuera de China se considera una posibilidad de calibrar la credibilidad de los datos ofrecidos hasta ahora de contagio y mortalidad de este virus.
Los efectos económicos de corto plazo se agudizan. La demanda de algunas materias primas y de acero se ha reducido sensiblemente con la debilidad de la economía china. Y el crudo cae más del 3%. Junto a los bonos, el rally está en el oro.
Que los bonos sean una referencia tampoco es alivio, porque es como salir al agua siempre con el mismo flotador. Se acaba pinchando de tanto usarlo. El relativo consuelo respecto a los mercados y las perspectivas económicas es que el impacto del virus vaya a menos en unas semanas, pero es pronto para decirlo. Entre tanto, como con cada nueva incertidumbre en los últimos años, la deuda engorda y engorda. Y no solo pública, también privada. Si los tipos acaban subiendo, la sostenibilidad estará en entredicho.