Las ruedas de prensa tras las reuniones de los Consejos de Gobierno de los bancos centrales son muy informativas. Las contestaciones, sugerencias o incluso el lenguaje corporal de los representantes de la máxima autoridad monetaria son observados por analistas y periodistas con el objeto de identificar que puede pasar en los próximos meses. En particular de la persona que preside la institución. El anterior presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, era un mago de la comunicación —entre otras muchas virtudes— y aplicaba sus hechizos sobre los mercados en forma de credibilidad. Su famosa frase “whatever it takes” (“haré todo lo necesario”) paró de una vez y para siempre la sangría de brutal especulación contra el euro y contra la deuda soberana de los países periféricos europeos. Quizás hemos perdido algo en esas ruedas de prensa con su sucesora, Christine Lagarde, con diferentes habilidades a las de Draghi, aunque el entorno y los problemas son ahora distintos. La interpretación de sus mensajes supone un escrutinio increíble. De hecho, desde hace años, incluso se ha usado la inteligencia artificial para tratar de desentrañar pautas que no están intencionalmente bajo el control humano, pero con las que los líderes monetarios pueden revelar más de lo que pretenden.
El 7 de marzo el Consejo de Gobierno del BCE decidió mantener sin variación los tres tipos de interés oficiales. A rasgos generales pudo parecer una reunión anodina, pero unos breves comentarios de Lagarde provocaron atención. Fue una declaración algo indirecta al mejor estilo de su predecesor (Mario Draghi). Generó una expectativa de que hubiera reducciones de tipos partir de junio y no antes. Afirmó la presidenta: “Sabemos que estos datos llegarán en los próximos meses, sabremos un poco más en abril, pero sabremos mucho más en junio”. Mucho se había hablado de la necesidad de reactivar la economía del euro —más debilitada que la de otras latitudes— con un estímulo como una bajada de tipos. Lagarde enfrió las aguas sobre una decisión inmediata, pero dejaba caer que ya no queda mucho (en junio). Un doble mensaje en una frase que reconciliaba dos misiones difícilmente compatibles. Por un lado, estaba ayudando a seguir enfriando la inflación —objetivo principal del BCE— al explicar la demora en bajar los tipos. Por otro, generaba una expectativa positiva para la reactivación de la actividad económica al sugerir que en tres meses comenzará ese abaratamiento del precio del dinero. Esto puede afectar positivamente el ánimo de los inversores desde ya.
Las palabras fueron agua de mayo. Atenuaron la mayor dureza que rezumaba la declaración oficial donde el Consejo de Gobierno indicaba que, a la vista de las proyecciones existentes, aún hay presiones salariales sobre la inflación subyacente, y las decisiones futuras del Consejo de Gobierno asegurarán que los tipos de interés oficiales se fijen en niveles suficientemente restrictivos durante el tiempo que sea necesario. Tras este mensaje formal, Lagarde daba confianza a la economía, porque en tres meses parece que se reducirá el coste de financiación. Pocas palabras, mucho impacto.