Si tuviéramos el mismo celo por nuestra información del que tenemos por el dinero, entenderíamos mejor las oportunidades y amenazas de nuestro tiempo. 4.000 millones de personas en todo el mundo acceden a servicios online y los financieros y bancarios se encuentran entre los más destacados. La capacidad de procesar datos crece pero lo hace más lentamente que la acumulación de los mismos. Un tuit de un político influyente arrastra a las bolsas en cuestión de minutos. Un cliente puede pagar con una sonrisa. Todo avanza demasiado rápido. El resultado es que quien sea capaz de filtrar la información relevante y usarla para su conveniencia será quien domine la economía y las finanzas. Probablemente también el orden mundial. Al fin y al cabo, si Estados Unidos y China andan a la gresca no es por comercio, ni medioambiente ni derechos humanos sino por superioridad tecnológica, la guerra mundial silenciosa de nuestro tiempo que altera procesos electorales, afecta a los equilibrios en muchos mercados y maneja nuestras opiniones y preferencias sin que muchas veces lo sepamos. Llamémoslo manipulación o verdad instantánea pero es demasiado veloz para aprehenderlo adecuadamente.
En el mundo bancario, la gestión de la información no es sólo una cuestión de demanda y de análisis de las preferencias reveladas. Estas decisiones están también significativamente influenciadas (si no orientadas) por variables de oferta: los medios y canales tecnológicos que las entidades financieras ponen a disposición de los clientes y el modo en que estos responden a sus necesidades. Cómo compartir información y con quién es la variable competitiva fundamental estos días. En una apasionante jornada de presentación de un monográfico de Papeles de Economía Española de nuestra fundación sobre estos temas hace unos días, quedó patente que compartir información va a ser la clave estratégica de la industria financiera en los próximos años. Sin embargo, esto sólo puede lograrse con una comprensión multidisciplinar del tratamiento de los datos. Reconocer las propias limitaciones y buscar nuevas fronteras en los demás.
Es curioso que en muchos servicios, y en banca también, se sigue estando abocado a tomar decisiones muy aceleradas sin poseer todavía los datos y, lo que es más importante, sin procesarlos para darles una verdadera utilidad. Como expresaría el Sherlock Holmes de Un escándalo en Bohemia: “No poseo todavía datos. Constituye un craso error el teorizar sin poseer datos. Uno empieza de manera insensible a retorcer los hechos para acomodarlos a sus hipótesis, en vez de acomodar las hipótesis a los hechos.”
«No puede pensarse sólo en la oferta –quién controla la información y que servicios ofrece– sino si la demanda puede seguirle los pasos a los proveedores a la misma velocidad. Sobre todo cuando empezamos a entender que se observa una racionalidad limitada de muchas decisiones económicas».
Los reguladores tienen mucho que decir sobre cómo articular estos flujos de información. Sabemos que la segunda directiva de pagos europea (PSD2) obliga a las entidades financieras a traspasar la información de los clientes que así lo deseen a terceros proveedores. Esto puede dar una gran utilidad a los consumidores en forma de servicios más amplios y eficientes. También impone desafíos para la privacidad. La gran pregunta es, en todo caso, si otros proveedores no financieros no tienen también información que podría compartirse (las grandes tecnológicas por ejemplo) y que también podría expandir la utilidad y conveniencia de los servicios ofrecidos a los clientes. El campo de juego no es aún equitativo entre banca y nuevos y potenciales proveedores.
Tal vez un problema aún más importante es que no puede pensarse sólo en la oferta –quién controla la información y que servicios ofrece– sino si la demanda puede seguirle los pasos a los proveedores a la misma velocidad. Sobre todo cuando empezamos a entender (aunque estamos lejos de internalizar completamente) que se observa una racionalidad limitada de muchas decisiones económicas, de lo que pueden derivarse lecciones importantes de cultura financiera con implicaciones para la riqueza y la igualdad.
Han sido varios los estudios que han señalado que pueden existir restricciones cognitivas que, combinadas con un nivel reducido de cultura financiera, pueden llevar a la toma de decisiones sobre ahorro o inversión que violan algunos principios financieros básicos. En el bombardeo de información y de canales que dan un acceso ultra-rápido a servicios financieros, existe la idea extendida (como en otros servicios) de que se tiene más confianza en un proveedor cuanto más uso se hace de sus servicios. En un estudio de neuroeconomía que hemos conducido recientemente con científicos de otros campos, lo que los resultados sugieren es que más uso no implica necesariamente más confianza sino más inseguridad.
Seguramente, muchos de lo que usan pocos servicios digitales tendrán otras razones para ello, pero la paradoja es que su actividad cerebral muestra niveles de confianza y seguridad mayores.
En este sentido, sería un error pensar que si los ciudadanos se inclinan más hacia usar más los medios digitales es necesariamente porque confían en ellos. Puede ser exactamente porque necesitan revisar continuamente lo que hacen porque son sus finanzas y les causa inseguridad. Se está seguramente a medio camino entre digitalizar a los españoles financieramente y manejar adecuadamente su confianza. Desde la computación hasta el análisis de actividad neuronal, pasando por un amplio espectro de estudios experimentales, los estudios interdisciplinares están abriendo nuevas vías de comprensión de la generación y gestión de la información y el sector bancario –bancos y clientes– puede beneficiarse enormemente de ello para orientar el cambio.
Esta entrada apareció originalmente en el diario Cinco Días.