La etimología de la palabra conundrum no está claramente definida, pero se trata de un término cada vez más usado internacionalmente para ilustrar algo difícil o imposible de resolver. Va frecuentemente asociado a la economía y organización política europea, en la que la sensación de puzle irresuelto es constante. Hay un sentimiento creciente de ansiedad, de orfandad de liderazgos e insuficiencia en los mecanismos de prevención. Tal vez no hemos aprendido suficiente de la crisis. Esta Europa está algo más atada en compromisos importantes como la unión bancaria (que sigue incompleta), pero menos interconectada financieramente. Cada uno queda con su riesgo soberano. Por no hablar del Brexit.
Tratar de situarse en algún lugar independiente para debatir sobre los desafíos económicos y financieros europeos sigue siendo esencial. Esa es la misión con la que funcionan —también en otros lugares del mundo— los comités de regulación financiera en la sombra. El europeo (European Shadow Financial Regulatory Committee o ESFRC), del que formo parte, se reunió esta semana en la fundación de las cajas de ahorro (Funcas) en Madrid y pronto quedó claro que Italia fue, es y seguirá siendo la gran preocupación. El riesgo soberano acecha. En un ambiente monetario cambiante, los escudos protectores van a la baja. La declaración de ayer del ESFRC sugería, precisamente, que la ansiada reforma del Mecanismo Europeo de Estabilidad debería convertirlo en un instrumento para coger el toro por los cuernos. Que sirva para establecer mecanismos de reforma que introduzcan en una senda de estabilidad a las economías en dificultades y permita el apoyo financiero directo a sus bancos
«Italia rompe, hoy por hoy, dos esfuerzos: el de avanzar en materia de credibilidad fiscal y el de hacer razonable mutualizar riesgos en mayor medida».
La UE parece precisar una combinación de realismo y cohesión. Determinar los compromisos fiscales precisos para aumentar la solidaridad financiera y la protección común. Es el aro por donde Alemania y otros acreedores netos tendrán que pasar para superar sus reticencias. Pretender una unión fiscal radical es utópico y poco práctico. Se podría avanzar por el camino de estándares de cumplimiento mínimo y de mayor presupuesto común. Esa puerta fiscal abriría el cerrojo para completar una unión bancaria, fundamentalmente con un seguro de depósitos común.
El problema es que, hoy por hoy, Italia rompe los dos esfuerzos: el de avanzar en materia de credibilidad fiscal y el de hacer razonable mutualizar riesgos en mayor medida. No valen las trampas al solitario en cada Estado miembro. Bruselas y Fráncfort retienen el capital político necesario, pero en ambas plazas se aprecia continuismo en muchos Estados miembros. Observan Gobiernos con cierta inestabilidad que alientan la especulación y Roma es la principal hoguera de esas vanidades.
En la gobernanza europea, no hay tanta percepción de que los planes presupuestarios de España o Portugal hayan supuesto un cambio cuantitativo radical. Tampoco hay sensación de peligro porque el termómetro del PIB sigue siendo cálido. Pero cuando llegue el frío monetario será la medida de la credibilidad fiscal la que permita avanzar en la cohesión fiscal y financiera europea. Al sur de los Alpes no parecen dispuestos a deshacer el conundrum.