El incremento de la renta de los hogares en los últimos años se ha sustentado, fundamentalmente, en la intensa creación de empleo y en la mejora de la actividad. Desde el inicio de la recuperación económica, el número de ocupados ha aumentado en casi 1,7 millones, situándose en 18,8 millones al cierre del segundo trimestre de 2017; y en los últimos doce meses el empleo ha venido creciendo a una tasa media superior al 2,5% interanual.
A pesar del notable aumento del empleo, la holgura en el mercado de trabajo sigue siendo considerable. La tasa de paro se ha reducido cerca de 9 puntos porcentuales, hasta el 17,2% en la actualidad, aproximándose a su nivel estructural (entre el 14% y el 16% según diferentes estimaciones). Si además se tienen en cuenta otros desajustes del mercado laboral, como los desanimados y los ocupados a tiempo parcial de forma involuntaria, la tasa de infrautilización del trabajo se eleva hasta casi el 29% de la población activa.
La holgura en el mercado laboral, junto con el pobre desempeño de la productividad, las bajas expectativas de inflación y el debilitamiento del poder de negociación tras la reforma de 2012, estarían detrás de la dinámica de los salarios desde el comienzo de la recuperación. De acuerdo con el Índice de Precios del Trabajo, los salarios crecieron el -0,1% nominal entre 2008 y 2015 (último dato disponible), lo que supone una pérdida de poder adquisitivo del 7,6% en relación al IPC.
Así y todo, es rasgo característico del periodo de recuperación económica el mayor crecimiento del consumo que de la renta de los hogares. Esto vendría explicado por una cierta demanda embalsada, que se evidencia en el incremento del consumo de bienes duraderos desde el inicio de la recuperación, tras estar muy castigado a lo largo de la crisis. No obstante, aunque el consumo privado ha sido uno de los pilares de la recuperación económica (explicando cerca del 60% del crecimiento del PIB en los últimos tres años), todavía se sitúa casi un 5% por debajo del nivel máximo alcanzado en el segundo trimestre de 2008, lo que supone unos 30.000 millones de euros menos.
«Los hogares están aumentando su consumo por encima del crecimiento de su renta, haciendo un mayor uso de su ahorro y recurriendo a la financiación externa».
La tendencia a la baja que experimenta la tasa de ahorro desde 2010 se ha acentuado recientemente. Así, la tasa de ahorro de los hogares se sitúa actualmente en el 6,5% de su renta bruta disponible, sensiblemente por debajo del promedio histórico. Entre las grandes economías del área euro, la tasa de ahorro de los hogares españoles es la más baja, lejos de la de Alemania (17%) y Francia (14%), lo que sitúa a las familias españolas en una situación más vulnerable de cara a una futura normalización de la política monetaria.
Diversos factores estarían detrás de la reducción de la tasa de ahorro. Por un lado, el incremento de la confianza de los consumidores (que alcanzó un máximo en 2015 y desde entonces ha permanecido en niveles elevados), junto con una menor incertidumbre respecto a las perspectivas actuales y futuras del ciclo económico, habrían llevado a una disminución del ahorro familiar por motivos de precaución.
Otro factor que estaría desincentivando el ahorro de las familias es el entorno de bajos tipos de interés, que se traduce en un aumento de la propensión al consumo y que, además, ha facilitado el proceso de desapalancamiento de los hogares. La deuda de las familias ha disminuido hasta los 713.000 millones de euros en la actualidad, nivel similar al de hace una década y equivalente al 64% del PIB. Este registro es el mínimo desde el segundo trimestre de 2005, acercándose progresivamente al promedio del área euro, que se sitúa en el 59% del PIB. Con el proceso de desendeudamiento ya muy avanzado, el bajo coste de endeudarse también ha servido como incentivo para financiar parte del gasto familiar. Así, las nuevas operaciones de crédito al consumo crecieron un 28% en 2016, hasta los 25.355 millones de euros, un volumen que, si bien es historicamente bajo, continúa incrementándose. La relajación de las condiciones de financiación de los últimos años está permitiendo que los hogares financien parte de su consumo y al mismo tiempo perseveren en el despalancamiento.
En resumen, los hogares están aumentando su consumo por encima del crecimiento de su renta, haciendo un mayor uso de su ahorro y recurriendo a la financiación externa. De esta manera consiguen suavizar su patrón de gasto a lo largo del tiempo. Sin embargo, esta situación podría no ser sostenible en el medio plazo, por lo que sería conveniente que el consumo se alinearse de nuevo con la evolución de la renta familiar. Esto pasa, entre otros factores, por un incremento de los salarios, especialmente en la medida en que la holgura en el mercado laboral se vaya agotando.
Esta entrada es un resumen actualizado del artículo «El consumo de los hogares: entre un empleo creciente y un ahorro menguante», publicada en el número 260 de Cuadernos de Economía Española.