Mucho se ha discutido sobre las consecuencias económicas del Brexit y tal vez en demasiadas ocasiones se le ha querido restar importancia. Tras los efectos “anuncio” y variaciones transitorias, las implicaciones negativas más evidentes ya se aprecian y lo hacen, como no podía ser de otro modo, en territorio británico.
El acuerdo de estabilidad del gobierno que esta semana selló Theresa May con los unionistas irlandeses no va a cerrar las heridas de una coyuntura económica más débil sino que va a prolongar la situación de deterioro institucional y de la actividad. El otrora vigoroso PIB británico se está marchitando este año con un crecimiento que acabará estando cerca del 1,5% y el año próximo se espera que, a duras penas, alcance el 1%. El ajuste salarial se generaliza y los problemas presupuestarios acechan al sistema educativo y a la sanidad. Y ahora la primera ministra canaliza miles de millones de libras a Irlanda del Norte para asegurar un pacto de gobierno y genera aún más problemas para las arcas públicas. El saldo migratorio es negativo —algo que los partidarios de dejar la UE buscaban— pero las cosas no parecen haber mejorado con ello.
«En medio de los depresivos indicadores de la economía de las islas, al menos hay uno que parece subir de forma importante: la confianza empresarial. La razón es la esperanza que los líderes corporativos británicos ven en un Brexit más blando».
La autosuficiencia económica e institucional —que se vendió como uno de los grandes beneficios de dejar atrás la compañía de la Europa continental— no se encuentra ni va a llegar a medio y largo plazo. A medida que el Brexit alcance su realidad, su aceptación debería caer en picado. Hay quien sugiere que un nuevo referéndum será necesario pero solventar los problemas económicos a base de votaciones puede hacer que estos se agraven. Es posible que el Brexit se diluya pero será en un proceso de negociación que tiene visos de ser largo, en el que Europa parece fortalecida. Va a haber irremediablemente arreglos transitorios antes de que pueda llegarse a cualquier pacto final porque cualquier acuerdo sustancialmente incompleto es un problema que puede acabar en los tribunales internacionales de arbitraje, algo que no conviene a nadie.
Un escenario de Brexit descafeinado y de estabilidad transitoria hasta el acuerdo final es hoy una posibilidad real. Sobre todo si figuras como la del Ministro de Hacienda, Philip Hammond —que ha emergido como una suerte de James Bond del Brexit blando en medio el caos institucional británico— ganan peso. Hace un mes era poco probable esperar que Gran Bretaña buscase, al menos, tener acceso al área económica europea (y, de paso, a buena parte del mercado único) pero hoy es un supuesto algo más probable. De hecho, en medio de los depresivos indicadores de la economía de las islas, al menos hay uno que parece subir de forma importante: la confianza empresarial. La razón es la esperanza que los líderes corporativos británicos ven en un Brexit más blando. La debilidad de Theresa May les ha aupado. Un escenario que a España también le podría convenir porque no puede olvidarse que un Brexit desordenado y estridente tendría en nuestro país una de sus principales malas digestiones.