Bitcoin vuelve a estar en boca de todos. El aumento de su valor —con nuevo máximo de los dos últimos años esta semana—, la reciente autorización de la SEC (Securities and Exchange Commission) de Estados Unidos y la creciente apuesta de inversores institucionales y bancos internacionales por él están siendo vientos de cola. Resurge el entusiasmo por un instrumento complejo de entender, casi inexplicable desde la teoría convencional de activos financieros. Tampoco hay fundamentos teóricos nuevos que permitan comprender su demanda y sorprendente valoración. Las alertas de reguladores y economistas tienen toda la razón de ser. El último aviso relevante está en el blog del Banco Central Europeo, entrada de 22 de febrero, de dos de sus responsables de Infraestructuras de Mercados y Pagos, Ulrich Binseil y Jürgen Schaaf. Señalan que bitcoin ha fracasado en su promesa de ser la divisa digital descentralizada global y rara vez se emplea para transferencias y pagos legítimos. Indican que, a pesar de la aprobación de los ETF en bitcoin por parte de la SEC norteamericana, no cambia el hecho de que es inadecuado como medio de pago o inversión.
¿Cómo es posible entonces que se demande y se revalorice (con enorme volatilidad) esta criptomoneda? Algunos datos desde su lanzamiento en 2009 ilustran. Los más recientes (Crypto.com), señalan que 580 millones de personas son usuarios de criptomonedas en 2023. Esta demanda habría aumentado un 34% con respecto a 2022. Y sigue creciendo. El año pasado los propietarios de Bitcoin crecieron un 33%, de 222 a 296 millones. Para Ethereum, el aumento en 2023 fue del 39%, de 89 a 124 millones. Un gran número de usuarios tiene ambas monedas en sus wallets. En España, la información a partir de encuestas (de la CNMV y otras instituciones) muestra que entre un 5% y un 7% de los adultos afirma poseer criptomonedas. Entre 1,9 y 2,5 millones de españoles. Según esas encuestas, el 40% de los criptousuarios tiene bitcoins en sus billeteras digitales. El perfil típico en nuestro país correspondería con un hombre joven, que estudia o trabaja, con ingresos mensuales elevados y residente en grandes áreas urbanas. Un perfil que sorprende porque a priori se podría esperar un mayor nivel de educación financiera y prudencia con esas características.
En cuanto a la cotización de bitcoin, ha sido siempre una montaña rusa. El precio se mantuvo cercano a cero hasta finales de 2016, cuando superó los 900 dólares. 2017 trajo el primer auge y se disparó hasta llegar a 19.345 dólares en diciembre. Después se produjo una corrección durante 2018 y 2019. En 2020 se observó un nuevo repunte desde los 5.000 dólares —su valor más bajo al inicio de la pandemia en marzo—, hasta los 27.000 dólares con los que cerró el año. En noviembre de 2021 alcanzó su máximo histórico en 68.700 dólares. Desde este valor, se produjo una importante corrección que llevó a la moneda a los 16.600 dólares a finales de 2022, coincidiendo con la subida de los tipos de interés. Durante 2023 experimentó una recuperación desde sus niveles más bajos. Iniciaba el año con un valor que rondaba los 16.500 dólares —el más bajo desde noviembre de 2020— y, sin embargo, terminó cerca de los 42.200 dólares. A partir de octubre de 2023, su valor ha ido en alza y así empezó 2024 en los 43.450 dólares. Y ya se ha revalorizado más de un 20% (alrededor de los 57.000 dólares) en lo que ca de año y subiendo. La capitalización de Bitcoin hoy supera el billón de dólares, umbral que no se alcanzaba desde noviembre de 2021. En definitiva, una enorme volatilidad, una montaña rusa sin factores que puedan justificar esa evolución. Cierto es que se ha revalorizado cuando en el mercado se empiezan a descontar menores rentabilidades en otros activos financieros convencionales, o se ha hundido su valor cuando subía el precio del dinero, pero parece un vínculo y un argumento frágil y sujeto a determinantes pocos transparentes. Cancha para mucha especulación y manipulación del mercado. A ello se une la percepción de que su valor tiene algo que ver con la escasez relativa futura de bitcoins, ya que tiene un volumen máximo de 21 millones de monedas (tokens). Se han minado cerca 19 millones de bitcoins y quedan poco menos de dos millones por minar. Refuerzan esa idea de escasez los denominados procesos de halving —que tienen lugar cada cuatro años, el próximo en abril de 2024—, en los que la recompensa de minar un nuevo bloque disminuye a la mitad. Aun así, tampoco son argumentos suficientes para justificar su uso ni como inversión ni como medio de pago.
En suma, a pesar del nuevo periodo de euforia, las criptomonedas siguen siendo un instrumento inadecuado para la mayoría de los inversores minoristas y tampoco es útil como medio de pago. Es un activo totalmente desprotegido, alejado de sistemas de inversión garantistas sin escrutinio de los supervisores. La asunción tan excesiva de riesgos parece incomprensible. Se sobrevaloran las posibilidades de ganancia y no se ponderan suficientemente las posibles pérdidas. Al ser un instrumento tan poco transparente, se conoce bien poco de aquellos que perdieron mucho dinero en ese mercado. Algo debe haber fallado en la educación financiera en muchos países, a la luz del perfil de los inversores en criptomonedas.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días