La semana pasada, el Banco Central Europeo (BCE) reafirmó su compromiso de mantener toda la artillería monetaria y financiera hasta marzo de 2022 o hasta que la crisis termine. Contrasta esta determinación con los titubeos de la misma institución hace ahora diez años. Continuar con todo ese potencial de liquidez ayudará a estabilizar los mercados si vinieran mal dadas en los próximos meses, algo que puede ocurrir visto lo visto. No obstante, una vez pase lo peor, más allá del verano cabe preguntarse si toda esta liquidez extraordinaria, junto al cambio de coyuntura, no obligará a cambiar parte de la acción del BCE, lo que daría lugar a dos estrategias diferenciadas a lo largo de 2021.
La mayor parte de los analistas cree que el BCE va a seguir con una estrategia expansiva similar mucho tiempo. Sin embargo, en esta crisis, el instituto monetario no ha estado solo. Al contrario que en la crisis financiera de 2008, la respuesta de la política fiscal en la UE ha sido muy expansiva, incluso agresiva. Y lo que es más, con un programa conjunto (los fondos Next Generation EU) que, si se aprovecha bien, puede ser muy beneficioso. El resto de bancos centrales también ha contado con fuertes estímulos fiscales, como la Reserva Federal, que ya con la Administración Trump tuvo un fuerte paquete económico de ayudas y que Joe Biden ha confirmado que va a reforzar significativamente. Sea como fuere, en el último año —y en el próximo— habrá existido una confluencia monetario-fiscal de gran intensidad y sin precedentes —en unos países más que en otros—, que pueden generar diferentes escenarios en el medio y largo plazo.
Una posibilidad, que sobre todo preocupa en Estados Unidos, es que coincidan recuperación económica con un gran volumen de gasto e inversión pública; abundancia de liquidez con tipos de interés ultrarreducidos. Si además, en la segunda parte del año, aconteciera un fuerte tirón de la demanda, una especie de “efecto champagne” después de tanto tiempo sin poder gastar las familias con mayor libertad, podríamos ver crecimiento de los precios en algunos países. Para que ese impulso de la demanda acontezca, el mercado de trabajo no se debe resentir, algo que está por ver con los malos datos y previsiones de hoy. De cualquier modo, en la Eurozona, con un mandato más limitado para su autoridad monetaria, cabe preguntarse si se podría compatibilizar un retorno de cierta inflación con el mantenimiento de una estrategia monetaria tan expansiva. No será nada fácil con los países del norte deseando reducir la laxitud monetaria.
Otro escenario distinto sería uno que contara con un elemento deflacionista como es la materialización del deterioro empresarial –en forma de impagos, quiebras y cierres de empresas– tanto en la morosidad bancaria como en el mercado del trabajo, que impidiera ese posible impulso súbito de la demanda tras la pandemia. En este caso, el gorro que más importará al BCE no será el monetario (inflación) sino el de supervisor bancario tratando de frenar una nada descartable crisis financiera. El verano aclarará de que lado cae la moneda.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.