Son tiempos de arrimar el hombro. Las noticias están llenas de iniciativas empresariales intentando contribuir a tapar la hemorragia (seguros gratuitos para personal del sector de la sanidad, puentes logísticos para importar material sanitario, donaciones, fábricas de coches construyendo respiradores, etc…). Es la ocasión perfecta de construirse una reputación de empresa socialmente responsable. La visibilidad de los esfuerzos –que serán, esperemos, limitados en el tiempo– es máxima, y la demanda muy sensible. Por tanto, la reputación adquirida en este tiempo perdurará. Llámenme ingenuo, pero creo que esta pandemia, que todo lo relativiza y que hace emerger valores realmente importantes –además de algunas miserias–, saca lo mejor de nosotros; ese nosotros incluye a trabajadores, directivos y accionistas de las empresas. Las donaciones son importantes, pero más aún que una empresa tenga una ventaja competitiva y pueda ir más allá que la sociedad o el sector público. Por ejemplo, es muy probable que no haya nadie mejor que Zara, desde el punto de vista logístico, para importar bienes de China. En esta entrada pretendemos, sin ánimo de ser exhaustivos, recapitular algunas de las aportaciones más útiles que las grandes empresas digitales ya están implementando para mitigar la pandemia y formular, asimismo, alguna propuesta.
No hablamos de empresas cualquiera: Apple, Microsoft, Amazon y Alphabet (Google) lideran por este orden el ranking de las empresas cotizadas a nivel mundial. Además de estas cinco grandes, existe una pléyade de empresas digitales que son líderes tecnológicos en sus sectores. Como ha quedado dicho antes, nos centraremos en las contribuciones que estas compañías, como tales, están poniendo ya en práctica –o en las que podrían activar–, alabando, pero dejando a un lado, las acciones filantrópicas de sus grandes accionistas como la anunciada la semana pasada por el cofundador y consejero delegado de Twitter, Jack Dorsey. Esta lista, que podríamos colgar de un imán en la nevera de todos los directivos de empresas digitales, está inspirada en una carta abierta que un conjunto de médicos y epidemiólogos implicados en la lucha contra el COVID-19 dirigieron a las grandes empresas de Silicon Valley.
El primer punto de dicha misiva pedía a las empresas de redes sociales proveer de información fiable (proveniente de la Organización Mundial de la Salud o las autoridades sanitarias locales) sobre medidas de precaución para evitar contagios, de aislamiento social o consejos sobre cómo cuidar a una persona enferma. Una versión más extrema y controvertida de estas buenas practicas informativas (seguida por Pinterest) es ocultar o relegar en los buscadores la información sobre la pandemia suministrada por los usuarios y reemplazarla por la información oficial. Un camino peligroso, puesto que la frontera entre frenar una noticia falsa o censurar una idea es muy fina. También porque el control de contenidos en Internet no es sencillo: donde no llegan los algoritmos, se emplea una red de trabajadores subcontratados que, inevitablemente, cometen errores.
Un segundo bloque de demandas se refiere a las condiciones de seguridad para consumidores y trabajadores. Por ejemplo, evitar las pantallas táctiles en los puntos de venta, la firma y el pin cuando la posibilidad de fraude sea baja. Un medida acorde con este objetivo es el reciente incremento del limite para el pago de transacciones con contactless de 20 a 50 euros. La carta de los científicos reclama a las empresas de comercio electrónico como Amazon formación para sus trabajadores y la puesta a su disposición de equipamiento sanitario, para evitar que la manipulación de los pedidos se convierta en un vector de contagio. Esta recomendación se extendería a las plataformas de transporte como Uber and Lyft, que deberían garantizar la seguridad sanitaria de sus vehículos y hacerse cargo de las bajas por enfermedad o cuarentena de sus trabajadores no asalariados. Medidas como estas han sido parcialmente implementadas por dichas compañías que, mientras tanto, presionan a las administraciones para conseguir un régimen laboral específico.
Control de demanda y precios
El mercado no asigna bien los recursos en tiempos de pandemia. La demanda de algunos productos de dispara y, en consonancia, sus precios; se producen desabastecimientos y situaciones ineficientes e injustas. Resulta insensato que las mascarillas o los geles hidroalcohólicos vayan al mejor postor, y no a colectivos vulnerables o al personal sanitario. Por ello, una tercera parcela de actuación debería ser la introducción, por parte de las plataformas de comercio electrónico como Ebay o Amazon, de límites en los precios –y/o a los pedidos– que eviten la acumulación y la especulación con productos estratégicos. La responsabilidad de estas empresas se podría extender incluso un poco más lejos: el aislamiento social ha disparado la demanda de algunos productos (prueben a comprar una impresora o una máquina de cortar el pelo) y estas plataformas pueden tener la tentación de incrementar precios y beneficios. La situación se agrava si tenemos en cuenta que su poder de mercado ha aumentado significativamente ante la ausencia temporal de la competencia de las tiendas físicas. Sería, pues, de ayuda un estudio de precios que permitiese a los consumidores premiar comportamientos solidarios y penalizar comportamientos oportunistas durante la pandemia. Más allá del castigo reputacional, la CNMC ha abierto expedientes por posibles abusos durante la crisis a entidades bancarias y funerarias.
Un campo fundamental de acción es el de la trazabilidad de la enfermedad. Mientras se escribían estas líneas, Apple y Google anunciaban una inédita colaboración para ayudar a las autoridades sanitarias a limitar la expansión del virus, mediante el rastreo de contactos usando la tecnología Bluetooth y sin comprometer la privacidad y la seguridad. Previamente, Google había proporcionado datos anonimizados de cada país sobre el seguimiento de las medidas de aislamiento social. Datos que por cierto, muestran el alto grado de cumplimiento del confinamiento en España, algo que no deja de ser un pequeño motivo de orgullo y, sobre todo, de esperanza. Por supuesto que tecnológicamente las bigtech podrían ir mucho más allá, pero probablemente colisionarían con la protección de la privacidad de los consumidores. Por ello, Google presiona para que durante la crisis no se endurezca la regulación en esta materia.
Tenemos también que reconocer el papel de empresas digitales que ofrecen sus servicios de pago a precios reducidos o incluso gratis. En el ámbito académico y educativo, la accesibilidad de los servicios de teleconferencia esta siendo crucial, para que, como diría Queen, el show continúe. Este comportamiento prosocial tendrá, con seguridad, una recompensa reputacional por parte de los consumidores. Además, el aumento de demanda coyuntural les nutrirá de valiosos datos y ampliará su base de clientes en el futuro.
Una última reflexión: la pandemia es el famoso shock negativo del que hablaban los macroeconomistas; nos conducirá a una senda de crecimiento negativo a corto y medio plazo y reducirá nuestro bienestar y nuestra riqueza, pero no es un shock simétrico: para algunos sectores es demoledor, mientras que otros se verán poco afectados e incluso habrá unos pocos que saldrán fortalecidos. El sector digital se encuentra mayoritariamente en este último grupo –aunque también con víctimas, como Airbnb–. Las grandes tecnológicas alcanzaron su techo de cotización en enero, y si bien las malas noticias redujeron inicialmente su valoración, en general han resistido muy bien la crisis. Por tanto, cuando todo esto termine, el sector digital será más rico en términos relativos. Y si previamente existía una preocupación por su reducida aportación en términos de impuestos, tras la crisis el debate sobre la fiscalidad de las empresas digitales volverá con renovado brío.