Me temo que todavía estamos viendo bajar la marea y no conocemos el tamaño del tsunami al que nos enfrentamos. Pero además de tremendas pérdidas humanas y económicas, esta pandemia, como todas las guerras, también traerá mejoras en la productividad y nos hará una sociedad más eficiente y más fuerte. En lo fundamental, y siguiendo una premonitoria conferencia de Bill Gates en 2015, sería indispensable aprender lo suficiente para poder hacer frente a la próxima pandemia, identificar las mejores estrategias para luchar contra el virus y desarrollar herramientas científicas y políticas públicas que eviten que lo que ahora estamos viviendo vuelva a suceder.
Este es el ejemplo de Corea del Sur, uno de los países que mejor ha sabido enfrentar la pandemia. Corea sufrió en 2015 la epidemia del síndrome respiratorio de oriente medio (MERS, por sus siglas en inglés), que mató a 38 personas. Aquella experiencia sirvió al país para darse cuenta de que tanto la falta de información sobre la enfermedad como de tests contribuyeron a la expansión del virus. Al surgir los primeros casos de contagio de COVID-19, Corea incentivó a su industria biomédica para desarrollar masivamente test del virus y pudo llevar a cabo más de 10.000 pruebas diarias, lo que ayudó a aislar focos y a controlar (parece que exitosamente) la expansión de la enfermedad.
Además de los tests, parece que otro factor importante en el control de la enfermedad en Corea (y en China) ha sido la posibilidad de monitorizar los síntomas y los movimientos de los pacientes gracias a los teléfonos móviles. Esta no es una idea nueva, ni asiática. En 2010, investigadores de la Universidad de Cambridge desarrollaron una aplicación para teléfonos móviles llamada “FluPhone app” con el objetivo de realizar un estudio para identificar los patrones de contagio de la gripe común. La idea era que los móviles recogieran las interacciones de los participantes en el estudio con sus contactos sociales mediante el uso de bluetooth, y que estos informasen de sus síntomas cuando enfermasen de gripe. Cuando dos amigos quedaban a tomar una cerveza, sus móviles enviaban un mensaje para tener constancia de ese encuentro; si días después aparecían síntomas de gripe, se podía identificar la fuente del contagio.
«Si queremos implementar un sistema de trazabilidad de movimientos y síntomas que sea voluntario y respetuoso con las libertades individuales, debemos solventar algunos problemas de incentivos».
Juan José Ganuza
La “FluPhone app” tuvo un éxito moderado, ya que solo participó un 1% de la población de Cambridge, pero ha sido el inspirador de nuevas iniciativas para luchar contra el COVID-19. En el Reino Unido, científicos de Oxford están desarrollando una app con una filosofía similar: tras un contagio, se avisa a todas las personas que han estado en contacto social con el enfermo para que verifique su salud y se someta a aislamiento en caso necesario. En Estados Unidos, el MIT-Lab desarrolla una aplicación de móvil pretende combinar el sistema de seguimiento de localización de los móviles y la declaración voluntaria de síntomas, con la información de los servicios de salud pública, para identificar patrones de contagio y dar criterios para identificar las zonas de mayor o menor riesgo. La iniciativa de código abierto CoEpi persigue objetivos similares. En España diversas autonomías están lanzando aplicaciones sencillas con el objetivo de generar un mapa de contagios. Queda por ver que estos proyectos tengan éxito, en términos de participación, en una sociedad donde existe una preocupación creciente por la privacidad y con culturas muy diferentes a la coreana y la china. En este último país el sistema de seguimiento de los individuos ha sido tremendamente exhaustivo y se ha sostenido no solo con normas sociales sino, también, con sistemas policiales y legales coercitivos. Además de los sistemas de trazabilidad de los móviles, las autoridades Chinas utilizaban cámaras, drones, sistemas de clasificación de la población en función del riesgo de contagio basados en sistemas de inteligencia artificial e incluso la información proveniente de redes sociales.
Incentivos vs. coerción
Muchas sociedades no admitirían un sistema como el chino, de control casi absoluto de la libertad individual de movimientos por parte de las autoridades. Por tanto, si queremos implementar un sistema de trazabilidad de movimientos y síntomas que sea voluntario y respetuoso con las libertades individuales, debemos solventar algunos problemas de incentivos. El principal es el relativo a la privacidad; el organismo que recoja y analice la información debe de tener la capacidad de garantizar que el uso de los datos se limita al objetivo del proyecto, más teniendo en cuenta la naturaleza especialmente sensible de los datos que se refieren a la salud y a la movilidad de los individuos. En esta dimensión, los servicios públicos están mejor posicionados que los privados para garantizar un uso adecuado, dado que no tienen conflicto de intereses. El valor comercial de toda esa información puede ser elevadísimo.
El segundo factor que habría que tener en cuenta es el de la reciprocidad. En el mundo digital los individuos intercambian datos (privacidad) por servicios constantemente. Google provee de servicios gratuitos a cambio de utilizar nuestros datos para, por ejemplo, hacer que la publicidad sea más efectiva y rentable. Proporcionar información sobre nuestra salud y nuestro comportamiento genera una externalidad positiva sobre el conjunto, porque nos ayuda a aprender sobre los patrones de propagación del virus, pero el impacto sobre nosotros puede ser pequeño o incluso negativo en función del diseño que se adopte. Así, una persona que informe de problemas de salud puede temer que se le imponga una cuarentena. Lo esperable en estas circunstancias es que, en ausencia de incentivos, un sistema así obtenga una baja participación. Este puede ser un problema importante, porque para que la información agregada sea de calidad, se necesitaría la participación activa de los individuos, tanto para mejorar la información automática que generan los dispositivos (la geolocalización presenta un error de precisión de varios metros en áreas densamente pobladas) como para que la información sobre nuestra salud sea volcada sobre la plataforma de forma fiable. Es decir, no es suficiente que el sistema sepa que el sujeto al que se sigue está en el metro: debe identificar el vagón; no vale con que dicho sujeto proporcione la sensación general de su estado de salud: debe facilitar su temperatura o someterse a un test. Habrá que ver atentamente los resultados en el Reino Unido, donde las autoridades han confiado en una llamada al deber cívico para intentar generalizar la aplicación.
«La información sobre la distribución espacial de la pandemia nos puede permitir anticipar las oleadas de contagios e intentar asignar mejor los recursos sanitarios. Por último, permitiría más adelante, el desmantelamiento gradual de estas medidas de aislamiento social según la incidencia de la pandemia en los distintos territorios»
Juan José Ganuza
Solventando los dos problemas anteriores obtendremos una valiosa información sobre los patrones de contagio y la expansión del virus, lo que permitirá diseñar estrategias más efectivas. Idealmente, podemos identificar los nuevos contagios y sugerir o imponer medidas de precaución en las personas que han tenido contacto con la persona infectada. Sin embargo, la información sobre los estados de salud de los individuos y su distribución en el territorio es material sensible. Se puede generar alarma en determinados sitios y, al mismo tiempo, excesiva confianza en otros, o estigmatizar personas o territorios. Otro motivo más para que este tipo de información este bajo control público.
Desmantelamiento controlado del aislamiento
El ejemplo de Corea parece demostrar que el uso de tecnologías digitales, junto con test masivos, es un magnífico conjunto de herramientas en el estado de inicial de la epidemia, la denominada fase de contención, donde es posible la trazabilidad de los contagios. Pero estos sistemas de información también serían muy útiles en la fase de mitigación, donde hay una trasmisión social generalizada del virus y se imponen medidas de aislamiento social. La información sobre la distribución espacial de la pandemia nos puede permitir anticipar las oleadas de contagios e intentar asignar mejor los recursos sanitarios. Por último, permitiría más adelante, el desmantelamiento gradual de estas medidas de aislamiento social según la incidencia de la pandemia en los distintos territorios. En China, el control exhaustivo de la población ha permitido la vuelta a la actividad. El reto es alcanzar ese objetivo en una sociedad más abierta.
¿A cuanta privacidad y autonomía estamos dispuestos a renunciar para reducir el actual aislamiento social? Sea cual sea la respuesta a esta pregunta, los sistemas de trazabilidad digitales nos dan esperanza de que podamos acortar el tiempo de aislamiento y recuperar nuestro modelo de vida.