La cumbre del G20 en Antalya (Turquía) se ha convertido en un paradigma de la realidad económica y social del mundo actual en la que lo imprevisto de los acontecimientos domina sobre las agendas. La consternación por los acontecimientos de París ha hecho que una reunión internacional dedicada originalmente a la preocupación por el crecimiento económico se haya reorientado en alguna medida hacia temas relacionados con la seguridad. Tal vez ambas cuestiones están más relacionadas de lo que nos gustaría.
«La capacidad de resistencia aparece como la respuesta más clara que dimos a una crisis cerrada en falso, a la que poco a poco se le suman incómodos componentes geopolíticos. Siempre han estado ahí, pero con la globalización se han multiplicado y se han hecho en gran medida incontrolables».
Parece que llevamos años en los que el mundo trata de no empeorar más que de progresar. El anglicismo «resiliencia» se convierte en un término recurrentemente usado para ilustrar esta situación. Según una primera acepción en el diccionario de la RAE describe la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador, un estado o situación adversos. Una segunda definición se refiere a la capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. De hecho, en economía se habla a veces de resiliencia para explicar en qué medida un territorio dispone de recursos y capacidades para soportar una catástrofe (un terremoto, por ejemplo).
La capacidad de resistencia aparece, así, como la respuesta más clara que hemos dado a una crisis cerrada en falso a la que poco a poco se le suman incómodos componentes geopolíticos. Siempre han estado ahí, pero con la globalización se han multiplicado y se han hecho en gran medida incontrolables. De ahí que la estrategia parezca más defensiva que otra cosa. En Turquía —nexo tradicional de civilizaciones y tal vez uno de los casos más ilustrativos de la lucha entre progreso económico y riesgos políticos— se ha hablado de la resiliencia financiera sobre todo para tratar de apuntalar las medidas preventivas respecto a los bancos sistémicos que se acordaron hace unas semanas en Lima por los ministros de finanzas y banqueros centrales. En realidad, más voluntad que otra cosa porque, a día de hoy, sigue siendo bastante dudoso que sea posible desmantelar un gran conglomerado financiero sin causar una crisis sistémica.
También es resistencia la que en el G20 han expresado dirigentes de países emergentes, ante los tremendos vaivenes cambiarios causados en parte por una política monetaria de laboratorio que da y quita aire de forma geográficamente selectiva. Ahora se trata de reformar el FMI para tratar de dar cabida a estos problemas con una representación más amplia de los emergentes pero no va a ser fácil esa transformación… porque hay, de nuevo, resistencia.
El título genérico de las sesiones de trabajo del G20 ayer era Enhancing resilience (mejorando la resiliencia). Avanzamos hacia un mundo con desequilibrios geopolíticos y económicos que se retroalimentan. Sin un viejo mundo claramente dominante. En el que cualquier lectura o previsión sobre el crecimiento económico de un país puede cambiar en cuestión de minutos por factores ajenos a su propio esfuerzo. De ahí, la nueva obsesión por la protección.