Desde que tocó fondo cinco años atrás, la economía española ha crecido a tasas elevadas, recuperando el terreno perdido por la crisis. Sin embargo, el largo periodo recesivo ha dejado un legado de paro y de deuda pública, que exigen el mantenimiento de la onda expansiva.
La tarea promete ser ardua ya que, si bien algunos de los factores más potentes de crecimiento (saneamiento del sector privado, internacionalización de las empresas, bajos tipos de interés) se mantienen, otros pierden vigor. Primero de todo, porque se espera un menor dinamismo del consumo privado.
Estos últimos años, ante el estancamiento de los salarios, los hogares habían recurrido a sus ahorros para financiar el gasto en consumo. Durante el trienio de la recuperación, 2015-2017, el consumo aumentó un 8,6% en total mientras que la renta disponible real de los hogares lo hizo un 4,5%. No obstante, la capacidad de ahorro de las familias está ya bajo mínimos. Según las cuentas no financieras, las familias ahorraron en el primer trimestre apenas el 5% de su renta disponible, una fracción que difícilmente puede caer más, y tienen un déficit de financiación de más de 18,000 millones de euros, el más elevado de la última década. Por ello recurren al crédito al consumo, que se incrementa a un ritmo insostenible.
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Los mercados de exportación también se ralentizan, reflejo de las vicisitudes de una Italia sobre-endeudada y de una Alemania al borde del pleno empleo. Los embistes proteccionistas de la administración americana, la desaceleración del mercado chino y la perspectiva de un Brexit precipitado, que desorganizaría el comercio europeo en sectores clave para España como el automóvil, no ayudan a esclarecer el horizonte externo.
«La mayoría de analistas que componen el Panel de previsiones de la economía española considera que estas condiciones favorables se mantendrán a corto plazo. Sin embargo, la elevada deuda pública y la existencia de un déficit estructural no dejan margen del lado de la política fiscal».
En este contexto, ¿cómo mantener la expansión, sin crear nuevos desequilibrios? El elevado nivel del desempleo y de capacidad ociosa de producción invitan a un papel activo por parte de la política macroeconómica. Afortunadamente, esto es lo que viene haciendo el BCE de manera contundente. La mayoría de analistas que componen el Panel de previsiones de la economía española considera que estas condiciones favorables se mantendrán a corto plazo. Sin embargo, la elevada deuda pública y la existencia de un déficit estructural no dejan margen del lado de la política fiscal. Reflejo de ello, todos los analistas advierten que la política fiscal no debería ser expansiva.
Por otra parte, el reciente acuerdo salarial entre sindicatos y empresarios aportará un balón de oxígeno a la demanda, sin producir daños colaterales en términos de competitividad y de empleo. Desde el punto de vista de los costes laborales, la brecha de competitividad se ha cerrado incluso con respecto a la potente economía alemana. Además, la recuperación pactada de los salarios parece asumible por las empresas, que encadenan siete años de excedentes históricos, suficientes para financiar el esfuerzo de equipamiento y de desendeudamiento. A largo plazo, tampoco tiene sentido mantener un patrón de especialización internacional en sectores de baja productividad y bajos salarios, que compiten con países emergentes o con los robots. De manera general, y como lo recuerda la OCDE en su reciente informe sobre empleo, el estancamiento de los salarios no se justifica –aunque el diagnóstico deba tener en cuenta la realidad de las distintas empresas.
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El contexto es también favorable para reformas que impulsen la productividad, lastrada por las deficiencias educativas, la elevada temporalidad, la carencia de políticas activas de empleo y la brecha tecnológica. Todo ello tiene arreglo si se emprende el camino y se persiste en el tiempo, como lo muestran las experiencias exitosas dentro y fuera de nuestro país.
Con todo, la economía española se mantiene como una de las más dinámicas de Europa. El Panel prevé un crecimiento del 2,8% para este año y 2,4% el que viene, más de medio punto por encima de la media europea. Ante esta desaceleración, el mejor antídoto consiste en una mezcla de reformas orientadas a una economía inclusiva y desendeudamiento.