La reciente reapertura de la catedral Notre Dame de París devino en una cumbre global informal con grandes representantes del mundo actual y del que viene. Eran todos los que estaban, pero, sorprendentemente, no estaban todos los que eran. Llamativa ausencia, entre otros, de nuestro país, además vecino de Francia. Había mandatarios de medio mundo representando la ortodoxia —en algún caso, añeja—, pero también el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, plasmando la heterodoxia que parece que se va a desplomar sobre nuestras cabezas, y acompañado, con una medida distancia, de Elon Musk, que tanto parece que marcará la hoja de ruta tecnológica y financiera de aquel país.
El acontecimiento también sirve para ilustrar las tendencias monetarias y financieras que vienen justo antes de las reuniones del Banco Central Europeo (ayer) y la Reserva Federal (días 17 y 18). Llegan en coyunturas económicas y políticas desiguales, y pronto dividirán caminos aparentemente de modo radical, con consecuencias en los mercados financieros y cambiarios, en particular para aquellas economías dependientes del dólar.
El BCE sigue con su raca raca, manteniendo su senda de bajadas de tipos hasta bien adentrados en 2025, mientras que la Reserva Federal parece que optará por un camino menos previsible y contemplativo, con recortes y pausas. Para sus próximas reuniones se espera que BCE y Fed tomen la misma decisión: una reducción de 25 puntos básicos. El futuro es lo que lo les separa.
La Fed dejó su techo de tipos con un recorte de 50 puntos básicos en septiembre y otro de 25 puntos básicos en octubre, hasta la horquilla de entre el 4,5% y el 4,75%. Ahora toca otro descenso de 25 puntos básicos. Los mercados descuentan solamente tres descensos más en 2025, de modo que termine entre el 3,5% y el 3,75%. La economía norteamericana tiene sólidas perspectivas de crecimiento, aunque los considerables interrogantes que pueda generar la nueva Administración Trump en materia arancelaria, fiscal y financiera pueden obligar a cambiar la hoja de ruta monetaria.
Para el BCE, la situación es bien distinta, con una zona euro bajo presión económica y política, con grave preocupación por Francia y Alemania, con Gobiernos débiles e imprevisibles. El BCE no solamente tendrá que apuntalar la economía, sino seguir de reojo los mercados de deuda, sobre todo los bonos franceses. Con los tipos en el 3,25%, y la bajada de ayer, entrará en 2025 en el 3%, para seguir la senda hasta alcanzar el 2% en verano. Aunque es aventurarse mucho, se están descontando otros dos descensos en el segundo semestre, hasta acabar el año en el 1,5%.
Las estrategias diferentes de la Fed y el BCE conducen a que en EE. UU. permanecería una suerte de restricción monetaria, mientras que en la zona euro casi se puede hablar de estímulos monetarios. La coyuntura económica europea parece requerirlo. Y es que además, desde 2012, la política monetaria es la principal herramienta que está evitando males mayores, ante la insuficiente integración entre los países del euro y el limitado éxito de otras políticas económicas. Sin embargo, la acción monetaria no es suficiente para los desafíos estructurales de competitividad que Europa está afrontando.
El Banco Central Europeo y la Fed, lógicamente, desarrollan políticas independientes. Como dijo Christine Lagarde hace dos años: “Dependemos de los datos, no de la Reserva Federal”. Sin embargo, ha habido pocos periodos en las últimas décadas en los que hayan mantenido caminos separados durante algún tiempo. Aunque el BCE se caracteriza por unos tipos consistentemente más bajos, el precio del dinero se ha movido en paralelo en ambos lados del Atlántico, a excepción del periodo de tipos negativos en la Eurozona entre 2015 y 2022, una rara avis.
Ir en una dirección diferente a la de la Fed obligará a Fráncfort a remar más fuerte. Siempre hay que sopesar bien los efectos indirectos de las decisiones de Washington, de gran impacto global. Y cómo afectan a los mercados de divisas y financieros, con efectos arrastre potencialmente de gran magnitud. Desde la victoria de Trump en las elecciones presidenciales, el euro ha perdido entre un 3% y un 4% de su valor frente al dólar, y numerosos analistas apuntan que podría llegar la paridad.
Criptodivisas
Un último elemento relevante que hay que tener en cuenta en este contexto: la posición que finalmente adopte la Administración Trump sobre las criptodivisas privadas, como el bitcoin. La expectativa, alentada por el asesor presidencial Elon Musk, es que van a potenciar un mayor uso de las mismas incluso en la Administración pública norteamericana. Que ya se ha reflejado en la enorme subida de valor.
De hecho, la propuesta de Bitcoin Act propone que la Reserva Federal pueda tener una parte de sus reservas en la conocida criptodivisa. Un territorio inexplorado que, como pude comprobar en mi reciente visita a EE UU, puede generar muchas disrupciones y quebraderos de cabeza. También para la posición de dominio global del billete verde, ya que sería potenciar una alternativa al dólar, con consecuencias impredecibles, además de la posible pérdida de la ortodoxia y la reputación de la Fed.
Es, por ello, que tengo dudas de que se apruebe finalmente una medida así, al menos con una magnitud más allá de lo simbólico. Cualquier otro escenario cambiaría el entorno monetario estadounidense y global para siempre.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días