La nueva interacción social se rige por parámetros distintos a los que conducen el Foro de Davos. Un escaparate inevitablemente elitista en el que parece más importante dejar alguna frase elocuente que discutir preocupaciones económicas comunes. En Davos hay que estar para ser alguien entre los pares dirigentes. Pero para una parte muy importante de la sociedad, despegada del poder como no lo habían hecho en décadas, la mayor parte de los mensajes que se lanzan desde la ciudad suiza resbalan y tienen bastante menos relevancia que, por ejemplo, los de influencers y youtubers. Y muchos se molestan cuando les tocan algo que consideran propio, como son los espacios de contacto y creación común. Por ejemplo, los de la economía colaborativa. Por eso, tal vez el único aspecto de conexión entre las aparentes ínfulas intelectuales y la sociedad de los mortales han sido algunas críticas lanzadas a las criptomonedas.
Existe un fundamento para gran parte de la preocupación que se está generando respecto a las monedas virtuales, pero da la sensación de que estas, como otros fenómenos, están expandiéndose al margen de la acción de los decisores de la política económica y reguladores. Que hay innovaciones financieras que surgen al margen de la regulación no es una novedad —tras la crisis financiera quedó bastante claro—, pero hasta hace relativamente poco tiempo era difícil pensar en un mercado que creciera a tal velocidad.
«Se han emitido más de 3.700 millones de dólares en ofertas iniciales de estas monedas (ICOs) a pesar de que, como ha calculado Ernst & Young, el 10% del volumen ya ha sido robado o hackeado. Pero no parece haber miedo que las frene. El fracaso de unas es la espoleta de otras».
Para algunos gurús de Davos, las criptomonedas son altanería barata. Sin embargo, son cada vez más las autoridades que, velada o decididamente, reconocen en ellas una oportunidad. Hubo quien, con más responsabilidad, aprovechó el foro para cuestiones más prácticas, como Benoit Coeuré, del Comité Ejecutivo del BCE, quien señaló que, dada su urgencia, la regulación de las criptomonedas sería uno de los temas principales que se trataría en el G20 del próximo mes de marzo.
Se ha generado un mercado en las narices de la oficialidad, con todos sus ingredientes y riesgos y solo unos años después de la mayor crisis financiera que recuerdan varias generaciones. Hay plataformas y Bolsas de negociación de criptodivisas, medios de pago asociados a las mismas, derivados y, por supuesto, operaciones de emisión. Precisamente, se han emitido más de 3.700 millones de dólares en ofertas iniciales de estas monedas (ICOs) a pesar de que, como ha calculado Ernst & Young, el 10% del volumen ya ha sido robado o hackeado. Pero no parece haber miedo que las frene. El fracaso de unas es la espoleta de otras. El último impulso —tras semanas de tribulación— ha sido la publicación de una calificación crediticia por parte de Weiss Ratings la semana pasada.
No estamos delante solo de un movimiento especulativo y con potencial de auspiciar cosas tan preocupantes como la financiación del terrorismo —que también—, sino de una alternativa al principal sistema de intercambio monetario ya legendario basado en el dinero fiduciario respaldado por los bancos centrales. Probablemente, divisas con las que se pagará en Davos en unos años. Si es que sigue existiendo ese foro.