Los últimos datos de empleo y PIB mostraron que el cuarto trimestre de 2020 fue algo mejor de lo esperado y, sobre todo, que la gestión de la segunda ola de la pandemia ha generado menos destrozos en la economía que la primera. Nada para sentirse satisfechos porque lo que debería importar fundamentalmente son las vidas humanas. Además, sanitariamente se doblegó bastante menos la curva de contagios y eso permitió, junto a la Navidad y la aparición de nuevas mutaciones del virus, que la tercera ola llegara de manera inusitada y muy virulenta. Esos datos económicos menos malos —no exclusivos de España— parecen poner de manifiesto que se va aprendiendo y afinando las decisiones, dando lugar a una estrategia de restricciones a la movilidad y vida social menos dañina para el aparato productivo. Es como si existiera una especie de curva de aprendizaje por la que experiencias anteriores permiten ejecutar algo mejor episodios posteriores. Eso sí, con todo tipo de matices y muchísima incertidumbre para los próximos meses.
Comparar la gestión de las dos olas anteriores no es fácil. Cierto es que la segunda no ha obligado a confinar completamente todo el país varios meses, sino más bien se han aplicado una serie de medidas específicas —más o menos afortunadas— por zonas afectadas, pero que no han supuesto un cierre del comercio y la hostelería tan intenso y generalizado. Esos confinamientos selectivos, quirúrgicos y certeros pueden ser la clave, en el corto plazo, para impedir que se vuelva explosiva esa tercera ola, donde las variantes británica y sudafricana del virus generan tanta preocupación. La economía se debería resentir menos, pero lo sanitario sería lo que primaría.
«Existe preocupación de que las nuevas cepas reduzcan la capacidad de control de las vacunas, que nuevamente habrá que aprender a gestionar, así como otro riesgo de final de 2021 y de 2022: si no se controla el virus mundialmente, el miedo seguirá con nosotros».
Santiago Carbó
Asimismo, es el momento adecuado también para planificar mucho mejor la aceleración de la vacunación, donde nuestro país tanto se juega cara al turismo del verano (con perspectivas crecientemente pesimistas). En este caso, más que de aprendizaje, estaríamos hablando de curva de adopción de una tecnología de inmunización que debe producirse con mayor rapidez y efectividad. Aún estamos a tiempo de planificar un proceso masivo de vacunación a partir de marzo o abril, cuando tengamos varias vacunas disponibles y con cierta abundancia. ¿Por qué no se planifica una estrategia 24/7 para vacunar a todo el país a partir de primavera y alcanzar el 70% de la población no en cualquier momento del verano (término temporal sobreutilizado últimamente pero muy impreciso) sino en junio? ¿Qué lo impide? En pocos meses ya no se podrá decir que faltan vacunas, pero podríamos adolecer de insuficientes medios y organización para administrarlas con agilidad.
Por último, la incertidumbre reinará más allá de 2021. Existe preocupación de que las nuevas cepas reduzcan la capacidad de control de las vacunas, que nuevamente habrá que aprender a gestionar, así como otro riesgo de final de 2021 y de 2022: si no se controla el virus mundialmente, el miedo seguirá con nosotros. Cuando los países ricos nos hayamos vacunado, habrá que recuperar el sentido de la solidaridad con terceros países. Por ahora ni se menciona, pero todo llegará.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.