Hace en torno a una década, con la crisis financiera global y la posterior de deuda soberana en Europa, hubo un término utilizado por parte de bancos centrales, instituciones internacionales y economistas para explicar lo que estaba sucediendo: recuperación sin crédito (creditless recovery). Una salida a la crisis —a diferentes velocidades, eso sí— con unos niveles muy bajos de nuevo crédito a empresas y familias. Los agentes privados estaban muy endeudados y, además, los bancos tenían suficientes problemas de deterioro de activos como para plantearse conceder nuevos préstamos. Se hablaba de falta de demanda de crédito solvente.
Seguramente era correcto, pero era solo parte de la historia. También había un problema muy serio por el lado de la oferta, con las entidades financieras capeando el temporal y reduciendo sus niveles de riesgo a todo tren. El BCE tuvo que ampliar considerablemente su batería de subastas y facilidades de liquidez, para intentar incrementar la financiación a la economía y acabar con la fragmentación de los mercados de crédito en la zona euro, ya que algunos países —como España— y sus empresas sufrían un cierre de acceso a los mercados.
«Esta vez se ha puesto encima de la mesa una gran cantidad de crédito y deuda para paliar los efectos de la crisis sanitaria, pero, al menos hasta ahora y muy probablemente en los próximos trimestres, el crecimiento económico va a ser tímido».
Santiago Carbó
Diez años más tarde, la historia parece casi contraria. Avanzamos hacia un “crédito sin recuperación”. No es solo un juego de palabras. Los datos lo indican. Las Cuentas Financieras publicadas por el Banco de España el pasado viernes apuntaban a un crecimiento de las deudas de las empresas de casi 30.000 millones en el último año. Asimismo, se siguen destruyendo compañías (un 29,8% más se disolvieron en noviembre respecto a octubre). Si a esto se añade que la deuda pública sigue creciendo de modo preocupante, el panorama no es nada alentador. Las deudas se han multiplicado para empresas y Estado, y no hay una sólida recuperación a la vista. El aumento de ahorro de las familias muestra las dudas sobre la reactivación. Esta vez se ha puesto encima de la mesa una gran cantidad de crédito y deuda para paliar los efectos de la crisis sanitaria, pero, al menos hasta ahora y muy probablemente en los próximos trimestres, el crecimiento económico va a ser tímido.
Hace falta que la economía real reaccione con más fuerza. Lo primero es mejorar la gestión sanitaria para superar esta tercera ola, acelerar la vacunación y evitar nuevos rebrotes y cierres de actividad. Hay que crear certezas para la primavera y verano, aunque no estén normalizados completamente. Por otro lado, no hacen falta solamente instrumentos de crédito y liquidez, también medidas más directas. Muchas empresas ya tienen problemas de solvencia. Habrá que intensificar programas de recapitalización, pero también ayudas directas (transferencias) a las empresas viables, sobre todo a las más afectadas por cierres y confinamientos. En breve, si un milagro no lo evita, comenzará a sentirse la morosidad en los balances bancarios y la ejecución de avales del ICO. Nada bueno auguraría si afectara a un gran número de empresas. Hagamos todo lo posible para que esta señal incipiente de crédito sin recuperación no se convierta en nuestra obstinada realidad de los próximos años.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.