La economía española sigue creciendo, se genera empleo. Pero hay motivos para preocuparse porque, como si se tratara de una maldición, España no escapa de un movimiento económico inercial, lo que es tanto como no ser dueña de (al menos parte de) su destino. La reactivación de un consumo que partía de niveles muy reducidos, el turismo —reforzado por las desgracias que asolan a competidores— el petróleo barato, o los cañones de liquidez oficial son gasolina suficiente para que el columpio siga balanceándose un tiempo.
Al mismo tiempo, la compra de deuda por parte del BCE crea una prima de riesgo artificialmente reducida y genera sensación de confort. Igual que cuando la economía española cae tiende a desmoronarse, cuando crece sigue también una inercia. Pero cuando el balanceo se para, sólo queda el columpio y la capacidad propia para moverlo de nuevo. La anemia económica sigue acechando en Europa y España acabará contagiándose de ello. Casi todos los días un indicador ofrece lecturas del tipo «crece pero menos» o «decrece pero el nivel es aún robusto». El índice compuesto PMI europeo publicado esta semana, ya anticipa que el segundo trimestre traerá debilitamiento. La confianza del consumidor europeo tampoco parece recuperarse.
«La situación actual es particularmente preocupante porque, en medio de una repetición de comicios, las cuestiones de largo plazo importan especialmente poco. Pero como la economía sigue avanzando, se genera esa falsa sensación de que es mejor estar con un ejecutivo en funciones».
Como en tantas otras ocasiones, cuando se crece en España no se hacen reformas, que es cuando tocaría. En el día a día, importan poco cuestiones como la solidez estructural ante cambios sobrevenidos, la sostenibilidad de los servicios públicos y las pensiones, o el futuro que queda a las próximas generaciones. Miopía coyuntural. La situación actual es particularmente preocupante porque, en medio de una repetición de comicios, las cuestiones de largo plazo importan especialmente poco. Pero como la economía sigue avanzando, se genera esa falsa sensación de que es mejor estar con un ejecutivo en funciones.
En el capítulo de avisos sobre la importancia de no cejar en las reformas destaca la deuda. Hay quien piensa que en España prima la austeridad pero una economía que crece al 3% y tiene un déficit superior al 5% no puede calificarse como austera. Algo se sigue administrando mal porque se gasta más de lo que se debe y, además, con escasos resultados. Especialmente hiriente es agotar un presupuesto y que no puedan ponerse fin a proyectos muy costosos porque hay trámites y modificaciones presupuestarias que no puede (o está feo) que resuelva un Gobierno en funciones. En realidad, el esfuerzo fiscal debe hacerse a escala europea, coordinado y con cierta contundencia. Y para ser aprovechado mejor de lo que ahora España lo está haciendo con los fondos del plan Juncker.
España necesita un Gobierno estable con un plan estructural claro y consensuado al nivel que sea preciso para que ese plan tenga suficiente fuerza y continuidad. Una referencia en la que sostenerse porque en este momento, ante cualquier eventualidad sobrevenida, no funcionaría ni el botón del pánico. Hoy por hoy, tener un Gobierno estable pronto parece improbable casi tanto como que se acometa cualquier reforma de calado. Pero como la coyuntura sigue su inercia… no pasa nada.