Muchas veces en la vida, para que haya un mañana es preciso actuar como si no lo hubiera. Así es, por ejemplo, cuando una persona experimenta algún síntoma o presenta algún signo del accidente cerebrovascular conocido como ictus: percepción de rápido debilitamiento de una parte del cuerpo, dificultades para hablar, alteración visual, pérdida de equilibrio… Ante tales sensaciones o manifestaciones extrañas, pero, por lo general, indoloras, toda prisa es poca para acortar el tiempo que transcurre hasta conseguir la valoración de un médico; y, en caso de confirmación del ictus, hasta el comienzo del tratamiento agudo. La frase hecha “time is brain” (“tiempo es cerebro”) alude precisamente a la extraordinaria velocidad a la que mueren las células cerebrales privadas de riego sanguíneo.[1]
Por ello, cuando el ictus comienza a revelarse, hay que correr como si la vida se acabara, porque realmente puede acabarse; o, en numerosos casos, convertirse en otra muy diferente, en una vida marcada por la falta de autonomía para desarrollar muchas actividades cotidianas, y en la que los objetivos ya no consisten en trabajar, estudiar o disfrutar del tiempo libre, sino probablemente en algo tan pequeño y, a la vez, tan inmenso, como mover mejor los dedos de una mano o pronunciar una palabra determinada.
Dos ejemplos conmovedores e ilustrativos de los estragos que provocan los ictus pueden encontrarse en el documental Alaska. Una segunda vida, dirigido por Marco Huertas y patrocinado por Funcas. Isa y Willie, los principales protagonistas de este nuevo corto presentado el pasado 31 de mayo en la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, nos permiten entrar en un día normal de su existencia tras haber sufrido, solo hace unos años, ictus muy graves; ella, cuando todavía no había cumplido los treinta años; él, con poco más de cincuenta. Asistir a sus quehaceres rutinarios dentro del hogar y en los centros de rehabilitación en los que pasan buena parte de la jornada permite tomar conciencia de su extraordinaria fuerza mental y su perseverancia para combatir las secuelas de los accidentes que padecieron. Por otra parte, conocer a sus cuidadores y terapeutas, y ser testigo de las habilidades y los afectos que todos ellos despliegan en su trato habitual con Isa y Willie, nos recuerda el valor de profesionales que casi pasan inadvertidos para los medios de comunicación y la opinión pública, pero cuyo apoyo físico, intelectual y sentimental adquiere un valor inestimable para los pacientes y sus familiares.
El ictus constituye en nuestro país la segunda causa de muerte, y la primera entre las mujeres. Se estima que, cada año, en torno 120.000 personas sufren un ictus en España. De ellas, aproximadamente la mitad fallece o padece secuelas discapacitantes.
Alaska llama la atención sobre una enfermedad cuya prevención y tratamiento han experimentado avances importantes en los últimos años, impulsados, en buena medida, por los objetivos operativos que en 1998 y 2006 establecieron expertos internacionales en Helsingborg (Suecia).[2] No obstante, de acuerdo con la Sociedad Española de Neurología (SEN), el ictus constituye en nuestro país la segunda causa de muerte, y la primera entre las mujeres. Se estima que, cada año, en torno 120.000 personas sufren un ictus en España. De ellas, aproximadamente la mitad fallece o padece secuelas discapacitantes.[3] Para quienes sobrellevan estas últimas, una rehabilitación continuada y de calidad es realmente vital.
Cabe preguntarse por qué, representando el ictus una de las principales causas de muerte y discapacidad en todos los países avanzados –y, por tanto, un problema de salud pública de primer orden–, su visibilidad es tan escasa en comparación con otras enfermedades, como, por ejemplo, el cáncer. Las diferencias de presencia pública de una y otra enfermedad responden seguramente a varias razones, entre las cuales hay que considerar la disparidad de sus costes (mientras los ictus absorben entre el 3 y 6% del gasto sanitario anual, el coste del cáncer se sitúa por encima del 10%)[4], lo que genera seguramente distintas constelaciones de intereses. Aunque no dispongamos de datos para afirmarlo con certeza, parece poco arriesgado dar por sentado que la sociedad española tiene más presente el cáncer que los ictus y, en cierto modo, sabe más sobre aquella que sobre esta enfermedad.
Sin embargo, la prevención de los ictus es más controlable que la del cáncer, y aun precisando ambas enfermedades respuestas rápidas, la trascendencia del tiempo de reacción –de los minutos y aun de los segundos– es en los ictus incomparablemente mayor. De ahí que aumentar el conocimiento sobre los factores de riesgo de los ictus (hipertensión, diabetes, colesterol elevado, obesidad y tabaquismo, entre otros) y sobre el valor de reaccionar con la máxima urgencia ante la sospecha de estar sufriendo uno, resultaría seguramente muy eficiente para salvar vidas y evitar secuelas.
Dada la importancia crucial que adquieren los comportamientos individuales en la incidencia y el inicio del tratamiento de los ictus, sería muy aconsejable desarrollar y lanzar periódicamente campañas de concienciación sobre ellos lo más cuidadas y efectivas posible. Alaska es una modesta aportación en este sentido, pero también un homenaje a quienes, como Isa, Willie y todas las personas que les acompañan en el documental, se afanan, día tras día, no solo para que sí haya un mañana, sino también para que ese mañana sea, al menos, un poco mejor que hoy.
[1] El paciente típico de ictus pierde 1,9 millones de neuronas por cada minuto sin tratamiento (de los aproximadamente 22.000 millones que, de media, tiene el cerebro humano). Véase Saver, J.L. (2006), “Time Is Brain—Quantified”, Stroke, 37:263-266. También Sheth, K. (2018), “Too many people die from strokes because treatment is delayed”, The Washington Post, 8 de abril.
[2] Véase Kjellström T., Norrving B, Shatchkute A. (2007), “Helsingborg Declaration 2006 on European Stroke Strategies”, Cerebrovascular Diseases, 23 (2-3):231-241.
[3] Sociedad Española de Neurología (2017), “El 90% de los casos de ictus se podrían evitar con una adecuada prevención de los factores de riesgo y un estilo de vida saludable”, nota de prensa, 26 de octubre.
[4] Diario Médico (2018), “El cáncer absorbe uno de cada 10 euros en sanidad”, 13 de marzo (http://www.diariomedico.com/2018/03/03/area-profesional/sanidad/el-cancer-absorbe-uno-de-cada-10-euros-en-sanidad). El dato sobre el coste de los ictus procede de la SEN (véase nota 3).