Hay que reconocer que los que pusieron nombre al virus que está causando tanto daño y preocupación (Wannacry, “Quiero llorar/gritar”) dieron en el clavo. La información es una de esas cosas de las que realmente no podemos decir que valoramos suficientemente hasta que la perdemos o su privacidad es violentada. La cuestión es potencialmente aterradora y con consecuencias económicas muy considerables.
Con el respeto y precauciones oportunas, me gusta a veces comparar el carácter sistémico del riesgo de epidemias con el de las crisis financieras. No obstante, lo que ocurre con los ciberataques es aún más tenebroso porque afecta a cualquier ámbito de nuestra vida. Hemos optado por las ventajas de la nueva economía colaborativa pero esta cuenta con dos riesgos importantes: la candidez y vulnerabilidad de buena parte de los usuarios y la ferocidad y habitual anonimato de los ciberterroristas.
«Vivimos abrumados y enganchados a cantidades ingentes de datos (big data) y ello no implica, necesariamente, inteligencia empresarial. Desgraciada y casi inevitablemente los ciberterroristas parecen haber entendido más rápido los beneficios de la economía colaborativa que las empresas».
Tal vez parte de la solución esté en comprender y asumir todas las implicaciones de la economía de la información y de la digitalización. El año pasado se detectaron hasta 4.149 vulnerabilidades en sistemas de información (data breaches) que afectaron a 4.200 millones de registros informativos en todo el mundo, según Breach Live. Cada minuto se ven afectados más de 3.000 registros. Más de la mitad de estos problemas de seguridad se producen en las empresas. Vivimos abrumados y enganchados a cantidades ingentes de datos (big data) y ello no implica, necesariamente, inteligencia empresarial. Desgraciada y casi inevitablemente los ciberterroristas parecen haber entendido más rápido los beneficios de la economía colaborativa que las empresas. Comparten sistemas de forma mucho más rápida y abierta de lo que las corporaciones comparten sus mecanismos de seguridad. Invertir en protección tiene un coste pero, si no se generaliza el aprendizaje, se produce un aislacionismo económico inútil.
El sistema financiero, por ejemplo, trata desde hace ya algún tiempo de prevenir estos problemas para poder generar confianza en nuevos sistemas de pago y en digitalización financiera. No es sencillo cuando partes del sistema de seguridad dependen necesariamente del propio usuario (claves de acceso, por ejemplo). Y, a mayor escala, se está generalizando el uso de ciberseguros. Porque, aunque no se comente mucho, este tipo de eventos sucede con frecuencia. Así, algunos ciberataques lograron colapsar algunas fundiciones de acero en Alemania o la conducción de algunos oleoductos en Turquía.
El problema de estos episodios está en que no solo tienen un potencial desestabilizador sistémico sino que pueden también erosionar la confianza y retrasar o dañar considerablemente los avances de la nueva economía. Cuando los ciudadanos observan que grandes corporaciones son atacadas, es difícil convencerlos de que ellos están a salvo. Las crisis de confianza son el germen de grandes crisis económicas. La solución parece pasar por la colaboración y la educación y por mantener registros personales y un margen de nuestra vida sin compartir, que tampoco pasa nada. También debe haber responsabilidad de las grandes agencias de seguridad, como la NSA americana, en el centro de la polémica por haber usado variantes de wannacry para sus propios propósitos en lugar de volcarse en la protección de los usuarios. Colaborativo significa “hecho en colaboración”. Cosa de todos.