La política de partidos y las decisiones en materia monetaria comparten pocas cosas, pero sí tienen en común el gusto por los mensajes repetitivos. Se trata de generar expectativas y credibilidad. En esas están en estos días difíciles los banqueros centrales. Entre otros, hay dos mensajes muy repetidos. Uno es común a Estados Unidos y la eurozona y lo ha repetido estos días en Barcelona James Bullard, presidente del Banco de la Reserva Federal de St. Louis: es necesario y aún posible un aterrizaje suave en lugar de afrontar una recesión severa. El otro mensaje está siendo reiterado como un mantra por parte de distintos responsables del BCE, porque se refiere a un problema propio de la eurozona: el riesgo de fragmentación en las condiciones de financiación.
Que se pueda aterrizar de forma suave es algo que hoy estamos aún lejos de poder asegurar. La inflación se ha pegado a la economía como un molesto chicle en el zapato. No bastará una sola mano para retirar esa goma, hay que hacer varios esfuerzos combinados y pacientes. Y no solamente los bancos centrales. Este lunes, la presidenta del BCE, Christine Lagarde avisaba en el Parlamento Europeo de la dificultad de la misión ante el repunte de salarios y sus posibles consecuencias sobre la inflación.
En la eurozona, la fragmentación financiera no es un riesgo trivial. Es una seria fuente de incertidumbre que Draghi logró acallar con su whatever it takes y posteriormente se materializó en una unión bancaria que no ha acabado de cerrarse completamente, pero que ha ayudado a reducir notablemente los problemas que surgen cuando aparece estrés financiero en las naciones más débiles del área. Se suele extender además como una mancha reputacional y afecta a los ratings de todo el país afectado. Sube el coste de la deuda para todos, incluidas las empresas. Un problemón que ahora ha vuelto con el horizonte de subidas de tipos de interés y notable aminoración de compras de bonos que el BCE sabe que no puede atajar de forma sencilla en el contexto actual.
Ya ha causado reacción en Alemania, donde su ministro de Finanzas advirtió que no se puede estar siempre mirando al sur de Europa. Una petición abierta y explícita para reducir las compras de deuda soberana que algunos entienden como cercana a la monetización de déficits. Sucedió tras la reunión de urgencia del BCE la semana pasada para anunciar algún mecanismo que sustituya al que ahora se va perdiendo de compra de bonos soberanos. Por técnico que parezca, es un tema crucial.
Esta semana, Lagarde en su comparecencia ante el Parlamento Europeo no adelantó detalles significativos de ese nuevo mecanismo, pero dejó un mensaje que combinaba esperanza e inquietud: “La lucha contra la fragmentación está condicionada al éxito de la política monetaria, que debe prevenir ese riesgo de segmentación de los mercados financieros”. Sin embargo, no será fácil que salga adelante sin algún tipo de condicionalidad —aunque sea light, sujeta a reformas y la reducción de desequilibrios fiscales—, un concepto con mucho estigma y del desagradado de muchos políticos por el coste electoral.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.