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Aranceles vs reindustrialización

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Los flujos internacionales de comercio e inversión constituyen una red de una enorme complejidad, formada por infinidad de nodos interrelacionados entre sí, de tal modo que un cambio estructural en este “ecosistema” desencadenará una sucesión impredecible de efectos, con implicaciones en otras variables como los tipos de cambio, tipos de interés, etc. El resultado final de todo ello es incierto, pero sí se pueden anticipar algunas implicaciones generales.

Hay que partir de una idea fundamental, y es que, gracias al contexto de libre comercio que –más o menos– ha predominado en las últimas décadas –con todos los matices que se quiera–, el diseño actual de las cadenas globales de producción es la más eficiente de entre todas las posibles. Es decir, cada etapa de la cadena productiva se ha localizado en aquellos lugares que, o bien están muy especializados en esa tarea concreta –por ejemplo, procesos de gran contenido tecnológico o intensivos en conocimiento–, o bien en aquellos lugares que son capaces de realizarla de forma más barata –es el caso de actividades más rutinarias e intensivas en mano de obra–. El perfeccionamiento continuo de este modelo a lo largo de las décadas ha dado lugar a un sistema hipereficiente, capaz de producir bienes y servicios al menor coste posible y con las mejores prestaciones posibles. Cualquier otro diseño de la cadena productiva será, por definición, más ineficiente y caro que el actual, porque si fuera más eficiente, sería el que se habría implantado.

La entrada en efecto de los aranceles supondrá un empobrecimiento general: compraremos bienes más caros y peores que los actuales.

María Jesús Fernández

Los aranceles anunciados por Trump, incluso si no entran en efecto los denominados “aranceles recíprocos”, supondrán un cambio de paradigma, que obligará a reorganizar estas cadenas globales, y, por tanto, a adoptar un sistema necesariamente más ineficiente que el actual. Es decir, todos nos habremos empobrecido, porque los bienes que compraremos serán más caros, y en muchos casos, con peores prestaciones, que los actuales. El daño sobre cada área económica dependerá del modelo de relaciones comerciales que finalmente se establezca. Existen varios escenarios posibles, que irían desde el aislamiento, en mayor o menor grado, de la economía norteamericana y el mantenimiento de unas relaciones comerciales más o menos libres entre el resto de países, a un mundo organizado en bloques con relaciones limitadas entre sí.

Si empresas europeas o chinas trasladasen parte de su producción a suelo estadounidense, la pérdida de eficiencia, los aranceles y las pérdidas de economías de escala harían que sus bienes fueran más caros en el mercado interno y menos competitivos internacionalmente

María Jesús Fernández

En cuanto a las consecuencias sobre lo que más le importa a Trump, que es la “reindustrialización” de su país, es cierto que algunas empresas europeas o chinas, para las que el mercado estadounidense sea muy relevante, pueden trasladar a suelo norteamericano la producción destinada a ese mercado. Pero esto supondrá un encarecimiento de sus productos, en primer lugar, por el motivo señalado al principio –será una organización productiva menos eficiente que la actual–; en segundo lugar, porque los inputs que utilicen estarán gravados por aranceles elevados; y en tercer lugar por la pérdida de economías de escala que supone la división de la producción para atender diferentes mercados. Además, a las empresas instaladas en suelo norteamericano les será más difícil acceder a ciertos componentes –por ejemplo, de alta tecnología– fabricados en lugares muy especializados, y prácticamente imposibles de replicar, lo que afectará a la calidad y prestaciones de sus productos. Los bienes norteamericanos serán más caros en el mercado interno y menos competitivos internacionalmente.

Esto acarreará dos consecuencias, contrarias al objetivo del presidente. Una, que muchas mercancías europeas serán ahora más competitivas en comparación con las norteamericanas, lo que favorecería a la industria europea, y reduciría la actividad al otro lado del Atlántico. La otra, que algunas empresas estadounidenses, para las que el mercado exterior suponga una parte importante de su volumen de negocio, decidan trasladar la producción fuera de su país para poder seguir compitiendo y vendiendo en el exterior. Cabe esperar que el efecto “desindustrializador” sea de mayor magnitud que el efecto “reindustrializador”, ya que, al fin y al cabo, para la mayoría de empresas exportadoras del mundo, EE. UU. es solo un mercado más, mientras que, para las estadounidenses, se dificulta el acceso a todo el resto del mundo.

En definitiva, habrá sectores beneficiados y perjudicados, tanto a un lado como a otro del Atlántico, pero el resultado neto global será un empobrecimiento para todos, y especialmente para EE. UU.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Metros2.

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