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Aranceles en la relación transatlántica

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Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Europa han tendido innumerables puentes económicos, militares y tecnológicos. Las potentes cadenas de valor actuales en una buena parte de los procesos productivos no se entenderían sin esas numerosas conexiones económicas. Construir esos vínculos tan ventajosos, y el correspondiente bienestar, ha costado ocho décadas. Con sus problemas, tensiones, pasos adelante y hacia atrás. Pero que puede costar bien poco dañar seriamente ese vínculo atlántico. La amenaza del presidente Trump de unos aranceles del 30% a la UE es uno de esos game changer (cambiador de juego), pero para mal. Supone un nuevo punto de inflexión en la ya compleja relación transatlántica. El conflicto arancelario, si se materializara, podría alterar profundamente las dinámicas diplomáticas, comerciales, tecnológicas y de seguridad entre Estados Unidos y la Unión Europea.

El aumento de los aranceles implica una fuerte presión directa sobre sectores estratégicos de exportación europeos —automóviles, productos agrícolas y tecnológicos— y se percibe como una acción unilateral que rompe con el espíritu de colaboración que tradicionalmente ha guiado las relaciones comerciales entre ambos bloques. La respuesta europea podría venir en forma de contramedidas similares, lo que podría enturbiar aún más las relaciones transatlánticas y podría abrir la puerta a una guerra comercial con consecuencias globales. En un contexto de inflación que no remite totalmente y de crecimiento moderado y desigual, en ambos bloques, este tipo de medidas puede generar grandes distorsiones económicas en las cadenas de suministro.

Las tensiones no se limitan al terreno económico y estarán encima de la mesa de negociación. En los últimos años, la UE ha avanzado hacia una regulación más estricta del entorno digital —con normas como el Reglamento de Servicios Digitales (DSA) o la Ley de Mercados Digitales (DMA), recibidas con escepticismo por las BigTech estadounidenses— y con enfado y amenazas de represalias de la Administración Trump por los impuestos a la actividad digital en el Viejo Continente. Una escalada en los desencuentros podría llevar a una cierta fragmentación digital entre ambos bloques, dificultando acuerdos de transferencia de datos, normas de ciberseguridad comunes o la cooperación en inteligencia artificial, que con la actual Administración Trump, en todo caso, va a resultar muy complicada. La UE no puede olvidar en el proceso negociador que no tiene alternativas fáciles en el ámbito tecnológico, por la escasez de compañías autóctonas de este tipo y la gran dependencia de Estados Unidos, difícil de reducir significativamente y que debilita la posición comunitaria. Algo parecido pasa con la cooperación militar, la dependencia de Estados Unidos es muy elevada. Guste o no, a la UE le toca ser equilibrista y realista cuando se siente a hablar con los Estados Unidos.

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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