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Algo se mueve en el BCE

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La web del Banco Central Europeo (BCE) denota que algo está cambiando. Tiene que ver con la llegada de Christine Lagarde, pero también con un debate sobre la eficiencia de la política monetaria. En ocasiones desabrido. Se ve en la página una foto de la nueva presidenta con el rótulo Un nuevo enfoque para Europa. Enlaza con su muy comentado discurso del pasado viernes en el Congreso Bancario Europeo, en el que reclamaba para Europa el impulso fiscal de aquellos que puedan hacerlo e iniciativas comunes orientadas a una inversión más digital y verde. Es la parte más amplia y noble de la batalla dialéctica. La apelación sincera la necesidad de que los Gobiernos —y no el banco central— tomen el pulso del crecimiento. Cuenta con opositores firmes, que consideran que el BCE busca que la inflación suba de cualquier manera, lo que incluye la posibilidad de ahondar en tipos más bajos, negativos. Sin embargo, tal vez lo más importante es que Lagarde invita a que se aporte evidencia que ilumine científicamente esta discusión.

En esa dimensión de la evidencia empírica se enfrentan quienes consideran que las políticas monetarias no convencionales siguen siendo necesarias frente a los que sostienen que no sólo han perdido su efectividad, sino que están tornando contraproducentes. La última ráfaga de estímulos bancarios en septiembre —todavía con Draghi a la cabeza— destapó que la crítica al BCE comenzaba en su propio seno. Un conocido rotativo financiero internacional filtró que esas medidas se adoptaron obviando la opinión contraria de informes técnicos del propio Banco Central.
Desde entonces, críticas a pecho descubierto y sin tapujos.

«Lo que se discute son los efectos de la duración de las políticas monetarias no convencionales. Se aprecia que esa vertiente crítica es creciente y apoyada por los datos (una política monetaria poco efectiva cuando los tipos son cercanos a cero o negativos)».

Santiago Carbó.

Como bien ha recordado desde las redes sociales la que será nueva miembro del Comité Ejecutivo del BCE, la alemana Isabel Schnabel, la crítica es bien recibida, pero con dos precauciones. La primera, pocos ponen en duda que ha sido la política monetaria la que nos ha sacado de la crisis. Y no para beneficiar a los bancos sino a todos, incluyendo los endeudados que han ahorrado decenas de miles de millones en intereses. La segunda, algunos están usando este debate como una nueva fuente de antieuropeísmo, en un momento político delicado.

Lo que se discute son los efectos de la duración de esas políticas. En un estudio de Funcas [la fundación de las antiguas cajas de ahorros]de próxima aparición, por ejemplo, repasamos toda la literatura sobre experiencias de políticas monetarias no convencionales (en particular, de tipos de interés negativos). Se aprecia que esa vertiente crítica es creciente y apoyada por los datos (una política monetaria poco efectiva cuando los tipos son cercanos a cero o negativos). Se aporta, además, evidencia empírica de que los bancos que afrontan tipos negativos de referencia tienen márgenes de intereses hasta un 18,4% menor que los que no lo hacen.

Esto deja a la banca europea en desventaja competitiva respecto, entre otros, a los bancos americanos. Por no hablar de otras distorsiones del dinero barato como anomalías en mercados de dinero o deuda o supervivencia de empresas sin viabilidad que dañan la productividad y el crecimiento.

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