En la exposición “States of Mind: Tracing the edges of consciousness” que se pudo visitar hasta entre junio y octubre de 2016 en la “Wellcome Collection” de Londres, fue posible ver el trabajo desarrollado por Mary Kelly (“Wander lines”), una artista que explora la evolución del vínculo entre ella y su hijo, desde que este nació. Uno de los puntos más significativos de su obra es que el niño, a través del lenguaje, adquiere una voz que poco a poco lo desvincula de su madre y lo convierte en un ser autónomo. En su propuesta hay una conexión entre el desarrollo de un alfabeto por parte de su hijo y la adquisición de una voz propia. La construcción de una voz se vincula a la constitución del sujeto en un objeto para sí mismo; proceso que tiene lugar durante la infancia. Estas ideas permiten reflexionar sobre el papel del lenguaje y la forhttp://blog.funcas.es/wp-admin/post-new.php#edit_timestampmación de la subjetividad durante la infancia. El trabajo de la artista londinense resulta, desde esta perspectiva, de gran interés pues no solo le interesa reflexionar sobre la adquisición del lenguaje por parte de su hijo, sino también sobre la formación de una voz propia; una voz que, además, es recogida, traducida y expuesta, en forma escrita, en su propuesta artística.
Como se sabe, se ha reflexionado mucho sobre estos aspectos, especialmente desde la psicología. En el campo de la antropología, la niñez tiene cada vez un papel más importante, aunque aún es un tema marginal. Además, en general, las investigaciones que se han llevado a cabo no investigan con los niños, sino acerca de ellos (Christensen y James:2008; O´Kane:2008). En otras palabras, la ciencia ha tendido a invisibilizar el papel de los niños en sus reflexiones, no solo porque no participan en los procesos de investigación, sino también porque suele invisibilizarlos como agentes que, además de adquirir un lenguaje –como parte de su socialización–, tienen la capacidad de actuar sobre el mundo y transfomarlo, esto es, una agencia.
«Las segundas generaciones tienen un papel central no solamente en la asignación de roles y significados a las relaciones familiares, sino también en la reproducción de relaciones de género y edad que se reparten de modo desigual en las familias y la sociedad en general».
En un mundo en el que circulan miles de niños y adolescentes a través de fronteras que se cierran y se abren según lógicas regionales y de mercado, es imprescindible entender cómo experimentan las migraciones y los desplazamientos. Resulta interesante preguntarse, por ejemplo, por el papel de las segundas generaciones en los procesos migratorios y en concreto, por aquellos que nacieron en los países de origen de sus padres y después viajaron pues sus trayectorias arrojan luz sobre cuestiones vinculadas a la agencia no-adulta en los procesos sociales: ¿cuál es su perspectiva sobre la migración?, ¿qué tipo de vinculos establecen con lo que quedó atrás –en tiempo y espacio–?, ¿qué tipo de herramientas ponen en práctica con el fin de superar los obstáculos que se encuentran en el camino? son algunas interrogantes que merecen ser indagadas.
Así, si se pone la lupa en el caso de los chicos y chicas que fueron reagrupados por sus progenitores –quienes viajaron de Ecuador a España y Alemania a finales de los noventa–, se puede entender que las segundas generaciones tienen un papel central no solamente en la asignación de roles y significados a las relaciones familiares, sino también en la reproducción de relaciones de género y edad que se reparten de modo desigual en las familias y la sociedad en general. Esto sucede así incluso cuando estas se transforman debido a la migración. Además, también se puede afirmar que las segundas generaciones desempeñan un papel activo en la utilización estratégica de dispositivos transnacionales (la promesa del reencuentro, los regalos, las conversaciones telefónicas, el uso de internet, el intercambio de fotos, videos y otros objetos de la memoria) de reproducción de relaciones.
Estas ideas permiten sostener que las relaciones generacionales constituyen una llave para entender los procesos de cambio social, es decir, posibilitan el análisis de cómo las familias, las comunidades y las relaciones sociales se regeneran, lo cual se vincula directamente con el análisis de los procesos migratorios, puesto que aborda la edad como una herramienta de investigación a través de la cual se puede observar cómo la gente experimenta los cambios sociales, políticos o económicos asociados a la migración en sus vidas íntimas, y cómo, a su vez, las prácticas asociadas a las relaciones generacionales inciden en los procesos migratorios. En este sentido, las relaciones de edad entre padres, madres e hijos son fundamentales, toda vez que reflejan procesos de globalización a gran escala. La edad y las relaciones generacionales que tienen lugar en contextos migratorios ofrecen una perspectiva analítica valiosa de los procesos asociados a la globalización, como la migración, pues capturan tanto los procesos de nivel microescala (que acontecen en el seno de la familia, en las relaciones domésticas y en la propia persona) como de gran escala (transformaciones políticas y económicas). En este sentido, la exploración de los discursos elaborados por los niños sobre su papel en los procesos migratorios induce a plantear un análisis interseccional. En otras palabras, no cabe llevar a cabo el examen del papel desempeñado por las segundas generaciones si no se considera que los vínculos individuales y colectivos establecidos entre los chicos y la sociedad tienen lugar en contextos específicos y están atravesados por diferencias de género y edad (y clase social y género, aunque por motivos de espacio, no hayan sido incluidos en este muy breve análisis).
Esta entrada es un resumen del artículo Explorar la agencia: el papel de las segundas generaciones en los procesos migratorios, publicado en el número 24 de Panorama Social. Puede acceder aquí al sumario y la descarga de la revista.