En medio de un pánico en los mercados y con los temores que vienen acumulándose respecto a la economía mundial resulta chocante que el debate en España lo dominara el tema de los títeres al comienzo de la semana. He tenido la oportunidad de expresar en esta tribuna, desde el verano pasado, el temor por lo que estaba pasando en China y los emergentes y los desequilibrios derivados de la acumulación de deuda y de los efectos secundarios de las políticas monetarias expansivas. El petróleo ha puesto la guinda al pastel. Vamos casi a sobresalto por día.
Los datos niegan cada día a los que se empeñan en afirmar que estamos ante una corrección coyuntural. En el mejor de los casos, nos estamos enfrentando a una corrección de nivel, a un mundo que debe recomponer sus estructuras y dependencias, reducir su deuda y exigirse otras formas de crecer tal vez más sostenibles.
«Sin acuerdos, este excepcional impasse político actual se prolongará durante mucho tiempo, porque no se atisba una mayoría suficiente en exclusiva. (…) De lo que trasciende de las negociaciones, no parece que precisamente bases institucionales como la educación, la sostenibilidad fiscal o nueva opciones para el mercado de trabajo sean parte de los puntos de acuerdo, sino, más bien de las renuncias».
Claro que todo esto tiene mucho que ver con cosas que escapan al control doméstico pero la inestabilidad política no ayuda. Esta misma semana, las dudas sobre la solidez del gobierno heleno le vinieron a Grecia en forma de sopapo particularmente duro. La banca del continente también se resiente y aquí hay varias fuentes de inestabilidad. La búsqueda de rentabilidad afecta a casi todo el sector financiero pero los grandes sectores bancarios no reestructurados y saneados de forma poco transparente (como Alemania o Italia) van a traer más movimiento a este agitado comienzo de 2016.
¿Qué puede hacerse entonces desde España? Como nuestro país no puede prosperar al margen del resto del mundo —y está cayendo la que está cayendo— sería conveniente tener en cuenta que un proyecto institucional potente es la mejor garantía de confianza externa y de honestidad propia. Sin acuerdos, este excepcional impasse político actual se prolongará durante mucho tiempo, porque no se atisba una mayoría suficiente en exclusiva. Lo preocupante es que, aunque pueda lograrse una coalición, pudiera ser peor el remedio que la enfermedad. De lo que trasciende de las negociaciones, no parece que precisamente bases institucionales como la educación, la sostenibilidad fiscal o nueva opciones para el mercado de trabajo sean parte de los puntos de acuerdo, sino, más bien de las renuncias. Una estabilidad política descafeinada y sin margen de acción reformista es una coalición en falso.
Los inversores observan que España crece pero se cuidan de exponerse al riesgo político. Además, crecemos pero también lo hacen la deuda y el déficit. Crecemos pero la hucha de la Seguridad Social se está vaciando. Crecemos pero muchas administraciones regionales y locales se afanan en jugar al “no pasa nada” mientras que no hay un euro en caja. Crecemos y se crea empleo pero su calidad y temporalidad son cuestionables. Crecemos pero mientras se gesta una crisis internacional. Sería esperable que esta vez no pensáramos que lo de fuera no va con nosotros. Hoy los partidos políticos deberían recuperar ese sentido de urgencia, de necesidad de unión ante un entorno externo convulso. Y dejarnos de títeres antes de que nos dejen sin cabeza.