Estos días se están conociendo los resultados de los bancos españoles hasta septiembre. El beneficio conjunto de las cuatro mayores entidades aumentó un 16% respecto al mismo período del año anterior, hasta alrededor de 8.700 millones de euros. La recuperación del sector se está consolidando. Sin embargo, hay desafíos que trascienden las fronteras españolas. La forma de entender la rentabilidad bancaria ha cambiado, la demanda ha adelgazado en numerosos mercados y la presión sobre la solvencia y la reducción de costes se ha acrecentado. Lidiar con las incertidumbres sobre los emergentes también es y será importante.
Las condiciones de mercado son bastante inusitadas. Mandan los tipos de interés, extraordinariamente reducidos en una perspectiva histórica. Todo esto es muy relevante porque el foco para analizar la evolución de un banco debe ponerse sobre los márgenes. Cuando cuesta mantener los márgenes es cuando se pasa a la acción y al cambio estratégico. Aunque las operaciones del BCE aflojan la cuerda por el lado de la liquidez, la aprietan por el de la rentabilidad. Los márgenes financieros, los de la intermediación típica de cobrar por depósitos y remunerar los créditos, aumentan poco o caen. No son además, normalmente, los que vienen explicando el aumento de la rentabilidad. Comisiones, ajustes de costes, ventas y otras operaciones son las que propician fundamentalmente poder ofrecer al accionista una perspectiva alentadora. Pero los bancos saben que hará falta algo más. La ventaja del sector bancario español es que gran parte de la reestructuración ya se ha completado. Esto no se ha observado en otros países donde es preciso. No sorprende que entidades como Deutsche Bank planeen ahora ajustes que pueden afectar a decenas de miles de sus empleados.
En España, la primera reestructuración ha ayudado al redimensionamiento y reequilibrio —como mostró esta semana Bankia tras presentar sus cuentas— y la segunda puede tener un componente más agresivo, orientado a la ganancia de mercado y a estructuras más potentes en el mercado doméstico. Muchas entidades ya han anunciado su avidez por procesos de integración estas semanas. El mercado está pidiendo mantener holgadamente rentabilidades de dos dígitos. Hoy por hoy, cuesta bastante. Las fusiones pueden ayudar, probado que se producen sinergias y se alcanza una estructura competitiva razonable.
No ayuda la presión regulatoria y la incertidumbre que la rodea. Como el largo tira y afloja que se mantuvo con Bruselas sobre el tratamiento de los activos fiscales en España o las nuevas disputas abiertas sobre penalizar las tenencias de deuda pública en el balance. Cuanto antes se corrijan estas distorsiones y se completen los ajustes, más pronto podrá volver el crédito con cierta intensidad. De momento, según los datos publicados ayer, sigue en terreno negativo (-2,1% y -2,7% interanual en septiembre para empresas y hogares, respectivamente). Habrá que esperar a 2016 para que las operaciones nuevas pesen más que las amortizaciones del crédito vivo. Esto podría ayudar a la economía. Lleva tiempo esperándose.