Se confunde estupefacción y tiempo de espera con tranquilidad. Lo que queda del Brexit es… todo. Interpretar un acontecimiento de estas dimensiones por las variaciones de los indicadores de corto plazo es absurdo y oportunista. Siempre se encontrará un indicador favorable o desfavorable según el discurso que se quiera articular. La salida británica del club de la UE es un fenómeno de grandes implicaciones a largo plazo, con complejas bifurcaciones.
Los economistas utilizamos este tipo de grandes perturbaciones como experimentos cuasi-naturales, para explorar relaciones causales producidas por un fenómeno exógeno, aparentemente no manipulado. El Brexit va a ser el gran experimento económico, social y político del comienzo del siglo XXI, con implicaciones para casi cualquiera que esté leyendo estas líneas. Aunque a cada uno suele preocuparle lo suyo, lo más cercano, es importante recordar que las posibilidades para hacer efectivo el voto de salida requieren manejar escenarios variados que van desde un Reino Unido convertido en una nación entregada al libre comercio global —sin especial relación con la UE— a un modelo a la noruega dentro del Espacio Económico Europeo. Pensar en un Breturn (vuelta a la UE) en el medio plazo es, hoy por hoy, poco razonable. Lo que sí que puede ocurrir es que los escenarios más radicales se vean contestados o matizados por un número importante de británicos que no se vean representados por ellos, en particular los jóvenes. Pero tardarán años y la salida será un hecho. Con Theresa May al frente, esa salida es la única realidad.
«Los operadores y gestores no dan abasto, desde los especuladores más puros hasta los que diseñan estrategias para proteger carteras de valores, propiedades o pensiones de fuertes vaivenes».
La aparente calma actual es sólo una espera incómoda a la invocación irreversible del artículo 50 del Tratado de la UE —que marcará el adiós oficial— y al transitorio efecto analgésico de políticas monetarias de choque. Los operadores y gestores no dan abasto, desde los especuladores más puros hasta los que diseñan estrategias para proteger carteras de valores, propiedades o pensiones de fuertes vaivenes. No se trata sólo de las implicaciones de invertir en Reino Unido y de los flujos monetarios en libras. Hace pocas semanas, por ejemplo, el think tank alemán ZEW advertía de que las expectativas empresariales germanas habían caído a niveles de junio de 2012, algo parecido al mordisco del tiburón sobre un nadador que ya braceaba con dificultad.
Es también un error interpretar las consecuencias macroeconómicas como un juego estático. Así, por ejemplo, en China no saben si acabarán beneficiándose de un comercio con Reino Unido más libre o si, en su lugar, el Brexit dará lugar a una UE más proteccionista que reduzca drásticamente sus exportaciones a Europa. Otro ejemplo de un mercado donde las posibilidades son amplias es el inmobiliario, desde Londres hasta la Costa del Sol. Y, así, hay cientos de ramificaciones.
En el trasfondo de ese cuasi-experimento hay una gran dificultad: si ya es complicado saber a favor de qué votaron exactamente los británicos (dadas las múltiples posibilidades que surgen con el Brexit), tampoco es fácil dilucidar contra qué votaron. Muchos apuntan a la inmigración pero hay otros factores como el proteccionismo, la pérdida de soberanía y el crecimiento del nacionalismo, lo que hace aún el análisis más complicado y las curvas del camino pendiente más pronunciadas.