La longevidad es probablemente el fenómeno demográfico más relevante de nuestro tiempo; un tiempo marcado por muchas incertidumbres, pero en el que afortunadamente albergamos la que quizá sea la certeza más fundamental en la vida: cada vez nos morimos más tarde, cada vez vivimos más. Aunque las consecuencias políticas de este fenómeno han suscitado menor discusión que las económicas, el creciente peso electoral de los mayores y la prioridad que adquieren sus demandas en la agenda política (con el consiguiente riesgo de conflictos intergeneracionales) constituyen cuestiones cruciales para la organización de la convivencia en las democracias.