La guerra en Ucrania ha situado en un primer plano el análisis económico del gasto en defensa de los países de la Unión Europea. Presentamos dos visiones de la problemática relacionada con este tema: esta, en el contexto internacional de las relaciones entre países miembros de una misma Alianza; y otra —firmada por Santiago Lago Peñas— en el marco presupuestario español y en los problemas para afrontar el déficit público.
Desde hace algunas semanas asistimos a una serie de acontecimientos para algunos tan increíbles como poco probables. Aunque la guerra desatada por Putin en Ucrania es sólo uno más de los conflictos que azotan el mundo, este conflicto va a provocar un cambio en el modelo relaciones internacionales por el que se regían los países, los gobiernos y los ciudadanos.
Hacía décadas que Europa no respiraba el miedo que provoca la guerra, tan cerca del corazón del continente y con la amenaza latente de una posible extensión a territorios de países de la Alianza Atlántica. Los responsables políticos de la Unión Europea y de varios de los países que la integran ya han manifestado que Europa debe estar preparada para afrontar cualquier posible escenario en relación con el actual conflicto, y ello hace referencia de manera muy especial a nuestra capacidad en materia de defensa. Pero, ¿estamos preparados? Repasemos algunos datos.
España es el país de la Alianza Atlántica que menos gasta en defensa, a excepción de Luxemburgo. En el año 2021, el gasto en defensa español en términos de la definición OTAN alcanzó el 1,02% de su PIB. Quiero recordar que en las sucesivas cumbres de la OTAN desde el año 2002, se ha reclamado de forma reiterada la necesidad de que el gasto de cada país aliado alcance el 2% del PIB. En este sentido, países miembros que gastan por encima del 2% del PIB son EE. UU. (3,52%), Grecia (3,82%), Croacia (2,79%), Estonia (2,28%) y Reino Unido (2,29%). La lista de los que sitúan su gasto en defensa en torno al 2% de su PIB se amplía a países como Polonia, Lituania, Rumanía, Francia y Noruega. Por debajo del nivel deseado por la OTAN se colocaba a su vez Alemania, pero su decisión de duplicar el gasto en defensa hasta alcanzar 100.000 millones de euros la posicionará en los niveles requeridos por la Alianza. También el presidente del Gobierno ha anunciado que España deberá elevar su gasto en defensa hasta un 2% del PIB en un horizonte de varios años. Finalmente, todavía encontramos países por debajo del nivel de referencia, como Portugal (1,54%) e Italia (1,39%).
Al pertenecer a una alianza militar, la relación de los gastos individuales de cada uno de los países debe completarse con una perspectiva global, pues en términos de la Alianza Atlántica aproximadamente el 70% del gasto en defensa procede de los Estados Unidos. Así que Europa, que es la que tiene al potencial enemigo a las puertas, ha decidido tradicionalmente asignar muchos menos recursos a la defensa ¿Y por qué los países miembros de la Alianza llevan décadas actuando de esta forma? Entre las razones explicativas, que son muchas y variadas, me gustaría resaltar las que desde mi punto de vista son más relevantes.
La primera de las razones la encontramos en el análisis económico. La defensa nacional es un bien público puro y por tanto se cumple el principio de no rivalidad y no exclusión en el consumo. En presencia de este tipo de bienes, los comportamientos free-rider son del todo habituales: ¿para qué gastar en defensa? Si se materializa una amenaza, el paraguas de la OTAN nos protegerá sin tener que aportar más recursos al conjunto: es el comportamiento típico del free-rider con respecto al resto de países aliados. La naturaleza de la defensa como un bien público puro no solo tiene lugar a nivel interno (dentro de cada país), sino que es precisamente en el seno de la Alianza donde de forma más intensa tienen lugar este tipo de comportamientos. Adviértase que desde los años cincuenta del siglo pasado EE. UU. viene reclamando a sus socios europeos que asignen más recursos a la defensa.
Aunque a Europa le pese, los mapamundis ya no se dibujan tomando el océano Atlántico como eje central que divide el mundo en dos partes. La geopolítica actual requiere de una toma de conciencia de nuestro papel en el mundo como europeos, también en materia de seguridad y defensa.
Claudia Pérez Forniés
Retomando la visión interna del bien defensa, resulta relevante cómo se decide en un país democrático cuánto se gasta en la defensa nacional. Así que la segunda de las razones reside en que nos enfrentamos también a un problema de decisión política. Serán el Gobierno y el Parlamento quienes decidirán acerca de los presupuestos de defensa, de las inversiones que en ellos se recojan, y del período temporal de los programas de gasto, tomando como referencia las capacidades que se necesiten para responder a los riesgos y amenazas recogidos en nuestra estrategia de seguridad nacional y en las de nuestros aliados.
Sin embargo, ningún Gobierno podrá establecer una política de defensa frente a un determinado nivel de amenaza si la ciudadanía no se siente amenazada. Los europeos occidentales no somos diferentes al resto del mundo, porque percibir amenazas intangibles en el presente, que ocurren lejos de nuestros hogares y que puede que no sucedan nunca, nos llevan de forma racional a que nuestras preocupaciones sean otras: el trabajo, la salud, la educación de nuestros hijos o el cuidado de nuestros mayores. Pero cuando la amenaza se convierte en realidad, y nos sacude una guerra que sentimos cerca, nos damos cuenta de que no estamos preparados y que en el mejor de los casos dependemos de otros.
Estamos, por tanto, ante un problema de decisión política, ante un bien que por su propia naturaleza económica no es reconocido ni demandado por la ciudadanía. Y toda esta casuística se produce en un contexto internacional, tercera de las razones que explican el reducido nivel de gasto en defensa de nuestro país y de Europa. España es socio de pleno derecho de la Alianza Atlántica; sin embargo, las relaciones entre los países que integran esta alianza han sido siempre complicadas. Europa decidió desde los años sesenta desarrollar sus Estados del bienestar dejando en un segundo plano los asuntos de la seguridad y subcontratándola con el país líder de la OTAN. Esta limitada predisposición al gasto público en defensa se acentuó con la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, y se ha mantenido durante cuatro décadas. Desaparecido el enemigo, ¿para qué gastar en defensa? Mirando hacia el Atlántico, Europa siempre pensó que Estados Unidos le protegería, tal y como ocurrió en la última contienda mundial.
Desde hace dos décadas, el cambio en el complejo mundo de las relaciones internacionales es evidente, pero su carácter disruptivo se ha puesto de manifiesto con la guerra en Ucrania. EE. UU. ha dejado de mirar solo hacia el Atlántico y mira desde hace tiempo con intensidad hacia el Pacífico. La irrupción en un mundo globalizado de otros actores principales como China esboza un nuevo mapa de la arquitectura internacional. Aunque a Europa le pese, los mapamundis ya no se dibujan tomando el océano Atlántico como eje central que divide el mundo en dos partes. La geopolítica actual requiere de una toma de conciencia de nuestro papel en el mundo como europeos, también en materia de seguridad y defensa.