Una de las principales características de la crisis pandémica reside en su impacto desigual, algo que entraña un cierto sesgo en la interpretación de los datos agregados. A primera vista, la economía está lista para un rápido rebote que tarde o temprano permitiría recuperar el nivel de actividad precrisis. Así pues, la deuda total de las empresas “solo” se ha elevado en 43.000 millones, manteniéndose en niveles reducidos en comparación con el punto álgido de la crisis financiera hace una década (según las cuentas financieras que se acaban de dar a conocer para el tercer trimestre, la deuda alcanza el 82% del PIB, casi 60 puntos menos que en 2010). Además, el sector empresarial ha acumulado cerca de 41.000 millones de euros en activos financieros. Un tesoro de guerra que podría invertirse en la economía cuando dejemos atrás lo peor de la pandemia gracias a la vacuna.
Gráfico 1
Gráfico 2
Fuentes: Banco de España, BCE e INE.
Sin embargo, tal diagnóstico es demasiado global, porque refleja dos realidades radicalmente distintas. Sin duda, pese a las olas sucesivas de contagios, muchas empresas se están recuperando (en la industria, los servicios orientados a la exportación y que pueden funcionar de manera virtual…). Estas son las que prudentemente acumulan excedentes financieros, a la espera de una mejora de las expectativas.
Pero a la inversa, en los sectores más golpeados por los impedimentos de movilidad, una mayoría de negocios, entre los que destacan los más pequeños, está en números rojos. Esta realidad, que no se percibe en los datos globales, sino en el análisis pormenorizado de los balances, aflorará cuando los impagos se multipliquen y provoquen reducciones de plantilla. Salvo si la política económica se decantara por poner en marcha un programa de apoyo centrado en preservar las empresas viables, preconiza Mario Draghi en un reciente estudio para el prestigioso Grupo de los 30.
Asimismo, la situación financiera de las familias presenta una evolución dicotómica. Destacan las que disponen de ingresos superiores a la media, un trabajo relativamente estable y un nivel de competencias que les permiten adaptarse a un entorno en rápida mutación. Ante la incertidumbre generada por la pandemia y las restricciones, estos hogares consumen menos, lo que explica el insólito incremento de la tasa de ahorro registrado para el conjunto del país.
«La incertidumbre es el elemento común a todas las categorías de empresas y de familias. En unos casos provoca un retraimiento del gasto, tanto en inversión empresarial como en consumo privado, con su corolario de sobreahorro. En otros, agrava la precariedad y el riesgo de exclusión social. Además, la incertidumbre es radical, luego difícilmente reductible»
Raymond Torres
Distinta, y menos visible en la contabilidad nacional, es la posición de las familias con bajos niveles de ingresos o que se enfrentan a la precariedad laboral, algo que desgasta la capacidad de ahorro y eleva el riesgo de paro de larga duración. El plan de formación y de ayudas a la colocación de personas en riesgo de exclusión, debidamente articulado con los ERTE, de entrar en vigor, sería un paso en la buena dirección.
La incertidumbre es el elemento común a todas las categorías de empresas y de familias. En unos casos provoca un retraimiento del gasto, tanto en inversión empresarial como en consumo privado, con su corolario de sobreahorro. En otros, agrava la precariedad y el riesgo de exclusión social. Además, la incertidumbre es radical, luego difícilmente reductible, por el carácter imprevisible de la crisis sanitaria, y las vicisitudes de la distribución de los antivirus.
Esta tesitura justifica una política macroeconómica marcadamente anticíclica, que consiste en desplegar potentes impulsos en momentos recesivos como el actual, y retirar esos mismos impulsos cuando el horizonte sanitario se despeje. Es decir, los estímulos deben ser transitorios, además de selectivos, habida cuenta del impacto desigual de la crisis. Los recién estrenados PGE y las nuevas dosis de expansión monetaria administradas por el BCE ofrecen los recursos financieros para salir de la crisis. Bien utilizados, es decir con la flexibilidad que requiere el actual contexto, esos impulsos facilitarán la recuperación. Pero un diseño inadecuado de las políticas tendría un coste elevado para la sostenibilidad de la deuda y para las desigualdades.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.