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El test del Deutsche

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Durante 2016 los mercados están mostrando que persisten las dudas sobre el sector bancario europeo. Es un problema solo de una parte pero afecta al todo por los riesgos de contagio y de reputación. A esa resolución blanda, jurídicamente extraña y seguramente en falso de la crisis bancaria italiana, se une ahora, de nuevo, la sospecha sobre la salud del sector bancario alemán, que nunca he llegado a disiparse. Deutsche Bank es una especie de Frankenstein que viene y va escondiendo sus costuras.

El último descosido vino propiciado por la reclamación del Departamento de Justicia de Estados Unidos de 14.000 millones de dólares por mala praxis en la venta de activos. La rebaja posterior de esa multa a algo más de 5.000 millones y la posible venta de una participación del banco alemán en el chino Huaxia pueden frenar esta nueva hemorragia pero, de ningún modo, disiparán las dudas. Las acciones graduales y «arrastrando los pies» no suelen resolver los problemas de confianza bancaria.

«En Deutsche los incendios parecen multiplicarse y las provisiones para cubrir litigios legales por mala praxis son enormes y arrastran su valor de mercado. La solvencia vive al filo de la navaja».

De hecho, Deutsche Bank es un test en sí mismo, una prueba de varias partes. La primera parte se refiere a la naturaleza del negocio bancario en el mundo de hoy. El conglomerado germano hace tiempo que dejó de ser el banco minorista e industrial que ha navegado por la historia contemporánea alemana para desnaturalizarse introduciéndose en la banca de inversión sin aparentemente demasiado control estructural y, a todas luces, quizás sin una ponderación de riesgos asumidos.

El segundo ejercicio del test es sobre transparencia. Tal es el apalancamiento y exposición a derivados de Deutsche que solamente medirlo y estimar sus riesgos es ya un ejercicio muy complicado. En otros territorios europeos, los grandes bancos han optado por reestructuraciones progresivas, por volver la vista hacia la banca minorista y por propiciar su diversificación geográfica. En Deutsche los incendios parecen multiplicarse y las provisiones para cubrir litigios legales por mala praxis son enormes y arrastran su valor de mercado. La solvencia vive al filo de la navaja.

El test tiene una tercera dimensión relativa a la respuesta supervisora y regulatoria. Desde el Gobierno alemán se dice que el rescate no está sobre la mesa. Sin embargo, la ayuda implícita pública es muy significativa. Baste pensar que Deutsche estuviera en cualquier otro país europeo… O recordemos los furibundos ataques desde Berlín al Departamento de Justicia de EE UU por su «intolerable injerencia». Algunos hablan de una posible opción (con evidentes riesgos) para el Ejecutivo germano que sería promover la fusión de Deutsche con Commerzbank —ninguna está para tirar cohetes— y así vender como solución privada su particular rescate. ¿O tal vez en Alemania se prefiere que quien decida sea el BCE, a quien corresponde mucho que decir como supervisor único? Para rematar el examen, la cuarta parte es el riesgo de contagio. En Italia han disfrutado de unos días en los que el foco se ha trasladado más al norte pero, al tiempo, se teme que cualquier problema de Alemania le afecte.

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