Ocurrió cuando surgió Internet. Pasará con todas las disrupciones que tienen que ver con la información, gran elemento de poder histórico, si no es el que más: el cambio asusta, el empleo se transforma. Con la inteligencia artificial (IA) la complejidad es mayor que con Internet. Los algoritmos de IA requieren entrenamiento. Existen dos enfoques, el aprendizaje supervisado y el no supervisado. En el primero de ellos, los humanos proporcionan al ordenador un conjunto de imágenes con etiquetas que indican información relevante. Por ejemplo, si se trata de imágenes de perros y gatos, las etiquetas pueden indicar qué imágenes corresponden a perros y cuáles corresponden a gatos. En cambio, el aprendizaje no supervisado permite al algoritmo aprender patrones y estructuras en los datos por sí mismo, sin orientación predefinida, para descubrir patrones ocultos en los datos. ChatGPT, la IA generativa más conocida hoy, entrena al algoritmo simplemente para predecir la próxima palabra del texto que se utiliza para entrenarlo. Ha sorprendido a todos, incluidos sus diseñadores. Comprende y produce texto similar al humano. Pronto tendrá competencia porque otras grandes tecnológicas están lanzando sus propias herramientas (como Bard, de Google).
Las aplicaciones de IA realizan muchas tareas mejor que nosotros. Compartimos la “infosfera” con agentes artificiales que son cada vez más inteligentes, autónomos e incluso sociales. Aplicaciones, bots web, algoritmos y software de todo tipo, robots, coches sin conductor, relojes inteligentes y otros dispositivos. Aparecerán también nuevos empleos, porque se desarrollarán nuevas tareas entre servicios automatizados, sitios web o aplicaciones de IA.
La perspectiva de que las máquinas impulsadas por la IA superarán a la humanidad, tomarán el control del mundo y a saber que más nos harán, tema recurrente en la ciencia ficción distópica, es fácil de desestimar: los humanos siguen, hoy por hoy, teniendo el control. Pero muchos expertos en IA toman en serio la perspectiva apocalíptica. Consideremos la distinción entre la “IA estrecha” y la “inteligencia general artificial” (AGI). La IA estrecha puede operar sólo en uno o unos pocos dominios a la vez, por lo que, aunque puede superar a los humanos en tareas seleccionadas, sigue estando bajo control humano. La AGI aspira a mostrar inteligencia humana en general. De ahí que se hable tanto de regulación. La primera iniciativa para gobernar la inteligencia artificial la anunció Singapur —país líder en IA— en el último Foro de Davos. Han seguido otras intervenciones regulatorias como la de Italia. No será la última.
¿Qué pueden hacer los humanos mejor que la IA? Tareas que requieren un alto grado de creatividad, juicio crítico, empatía y entendimiento cultural. Habilidades profundamente humanas que son difíciles, si no imposibles, de automatizar. El futuro debe ser un mundo donde se deben compatibilizar capacidades humanas e IA para mejorar la productividad y bienestar de todos.
Este artículo se publicó originalmente en el diario “La Vanguardia”